La plomada separatista y las verdades de un fugado
En Cataluña, por supuesto, hay un montón de gente que está hasta las meninges del rodillo nacionalista
Voy a omitir su nombre por respeto a su intimidad, pero es un barcelonés en la treintena, de llamativo pelo claro por un antepasado suizo. Vive y trabaja en Cádiz, porque un día se le inflaron las narices con la presión nacionalista y él, que entiende que se puede ser perfectamente español y catalán, se largó lo más lejos posible. Orador prolijo, en sus numerosas anécdotas desliza verdades que retratan bien la obcecación mental separatista:
–Si no compartes la causa, el ambiente se torna atosigante. «Cuando fue lo de 2017, la cosa llegó al extremo de que algún vecino me reprochó que yo no salía a la ventana en las caceroladas. Aquel clima es realmente insoportable». El problema nacionalista interfiere en las vidas privadas y existe ya un cierto control social. «Yo les preguntaba, ¿dime que te resta a ti ser español? No sabían responder. Pero no había manera. Para ellos es como una religión laica».
–Barcelona, está secuestrada, «porque la verdad en la que nadie se fija mucho es que allí nunca gana el separatismo». En realidad la ciudad locomotora de Cataluña, su corazón y capital, es rehén electoral de un rural menos poblado y más atrasado. «Por eso tenía toda la razón Rosa Díez cuando decía aquello de que antes se partirá Cataluña que España».
–La verdad sobre la supuesta opresión lingüística: «En una ocasión estuve trabajando en el País Vasco francés. Yo no hablaba bien en francés. Pero una compañera francesa me dijo que no me preocupase, que en el equipo había un español y me podía entender con él. El español resultó ser un abertzale vasco. Me preguntó si hablaba francés, euskera o inglés, porque él se negaba a hablar en español. Mi compañera francesa se enfadó, se encaró con él y le soltó lo siguiente: 'Tú hablas vasco porque eres español. Porque si hubieses sido vasco francés aquí no te lo habrían enseñado'. Y es así, España es el país del mundo que mejor trata a sus regiones con lenguas propias».
-La incongruencia lingüística: «Una vez estaba de vacaciones en Irlanda. Aparecieron por allí unas chicas catalanas súper nacionalistas, que venían a aprender inglés. Les dije: ‘No, no. Vosotras, si sois coherentes, lo que tenéis que venir a aprender aquí es gaélico, porque es en Irlanda el equivalente al catalán en España. O sea, estáis contra el español, pero a favor del inglés. De eso nada, chicas, hay que ser coherentes. Vosotras, gaélico a tope’».
-El suave toque de superioridad racial: «Recuerdo que una amiga de Barcelona estaba muy orgullosa porque su pareja se llamaba Jaume Oriol, y por lo tanto era de la crema, de pura cepa. Yo le decía: ‘¿Y qué más te daba que en vez de Oriol se apellidase Gómez o González?’. Ella me respondía: ‘¡Hombre, no es lo mismo!’. Ese es el tono».
Imagino que Cataluña estará atiborrada de gente que comparte experiencias y lamentos similares. Personas que están hasta las meninges de la apisonadora separatista, pero que se ven incapaces de batallar por sí solas y que nunca han sentido un apoyo cultural, social y sugestivo por parte del Estado a favor la idea de España. Algunos escapan corriendo a Madrid o al sur, donde te puedes levantar cada día sin perder el tiempo pensando en hechos identitarios, inmersiones lingüísticas y plomadas victimistas contra el malévolo «Madrit». Otros se quedan, esperando que algún día llegue el milagro y cambie el sentido del viento. Pero no ocurrirá. La escuela es una fábrica de nacionalistas y mientras eso no se invierta el futuro es suyo. La única esperanza pasaría porque los intelectuales, medios y políticos españoles emprendiesen una decidida batalla cultural en Cataluña a favor de España. Y ahí podemos esperar sentados, sobre todo por la felonía de la izquierda, entregada al nacionalismo por un complejo inexplicable, que corroe el buen futuro del país. Como dice el hombre que se fugó a Cádiz: «Al final los socialistas siempre acaban pactando con ellos y eso los ratifica en que tienen razón».