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¡A veces creo ver hombres y mujeres!

Afirmar algo tan elemental como que existe el sexo biológico ha castigado la reputación de figuras como la novelista J.K. Rowling o el cómico Dave Chapelle

Este fin de semana he andado bastante de paseo. Las calles lucían animadas, llenas de gente con pinta de estar pasándoselo bien. La verdad es que se percibe un contraste notorio entre el cabreo cainita de nuestros políticos y el país más o menos feliz que parece haber ahí fuera. En estos garbeos callejeros noté, sin embargo, algo muy raro. Vi por calles, terrazas y restaurantes numerosos dúos de hombres y mujeres, muchos de ellos con una evidente complicidad afectiva. Y observé algo todavía más extraño: algunas de esas parejas heterosexuales caminaban acompañados por unos seres bajitos, que tenían toda la pinta de ser sus hijos. Qué cosas.

Lógicamente, me guardé el secreto para mí, porque no quiero meterme en líos: el último hallazgo del extremo «progresismo», también llamado transfeminismo, es que no existe el sexo biológico. En el mundo anglosajón son ya varias las personalidades de fuste que han visto arruinado su prestigio por sostener algo tan básico como que hay hombres y mujeres. El castigo se llama «cancelación» y te convierte en un apestado en los ámbitos de la izquierda y la corrección política. Entre los apóstoles españoles de la tesis de que el sexo es solo un asunto psicológico destaca nuestra fogosa ministra de Igualdad. Supongo que se quedará encantada si cualquier mañana, allá en el confort serrano de la dacha de Galapagar, el barbado Pablo Manuel se presenta ocurrente a la hora del desayuno y le comunica que se lo ha pensado mejor y  que ahora él es una gachí.

La más notoria señalada por esta ola de cancelación trans es la escritora inglesa J.K. Rowling, de 56 años. A priori, la creadora de Harry Potter lo tenía todo para gozar del aplauso del «progresismo». Es simpatizante del Partido Laborista y ha donado notables cantidades para sus campañas. En el plano personal, sufrió de joven los malos tratos de un marido que resultó un auténtico cafre. Su historia de superación es memorable: escribió la novela que la ha hecho millonaria en las cafeterías de Edimburgo, sacando ella sola adelante a su bebé. Por último, se trata de una generosa filántropa, que por ejemplo ha donado diez millones de libras para luchar contra la esclerosis múltiple.

Pero Rowling presenta algunos problemas: es declaradamente cristiana («yo creo en Dios, no en la magia») y transita por la vida aplicando el sentido común, por lo que hace un par de años criticó en público la bobería de llamar a las mujeres «personas que menstrúan». La novelista sostiene algo evidente: hay hombres y hay mujeres. «Si el sexo no es real –explica–, las vivencias de las mujeres de todo el mundo resultan borradas». Han bastado esos apuntes para convertirla en una apestada. Los actores de Harry Potter, los niños que crecieron rodando las películas, la han puesto verde y ha sido proscrita en los actos de aniversario de la primera de aquellas cintas.

Lo mismo le ha ocurrido al cómico estadounidense Dave Chappelle. Con su humor vitriólico, este descendiente de esclavos simpatizante del Partido Demócrata era adorado por la izquierda. En 2016, la plataforma «progresista» Netflix le firmó un contrato de 20 millones de dólares por grabar seis especiales. Pero en octubre del año pasado a Chappelle, que había hecho escarnio de medio planeta sin recibir factura alguna, se le ocurrió soltar en uno de sus programas en Netflix que «el género es un hecho». Además, añadió la siguiente observación revolucionaria: «Cada ser humano en esta habitación, cada humano en la Tierra, ha tenido que pasar a través de las piernas de una mujer para llegar aquí». Demasiado para la intransigencia «woke». Un aluvión de quejas exigió su despido y hasta recibió varias amenazas de muerte, al igual que le ha ocurrido a J.K. Rowling.

Así que mucha prudencia cuando hablen en público de «hombres» y «mujeres». Si nuestro Gobierno «progresista, ecologista y feminista» sigue ahí cuatro años más, viviremos el día en que una ley prohibirá emplear esas deplorables palabras por «transfóbicas».