Fundado en 1910

La aldea sufre

En su saco del odio, Nadal comparte lugar con el Estado enemigo, es decir con la España que sostiene la ruina económica de Cataluña. Con el Real Madrid, el Club más importante del siglo XX y lo que llevamos del XXI, según la FIFA. Y con Fernando Alonso, asturiano y madridista, –lo segundo, como Nadal–

Mientras el triunfo impresionante de Nadal en Melbourne ha sido noticia de portada de las más poderosas cabeceras periodísticas del mundo, la aldea sufre. Además de la prensa española, la victoria heroica de Nadal ante el gigante –en todos los sentidos– ruso Medvedev, se ha destacado en la primera página del Times, el New York Times, The Guardian, L'Equipe, Financial Times, The Wall Street Journal, el Corriere della Sera, Clarín, y un sinfín de periódicos de todo el planeta. Y las televisiones, radios, agencias, y redes sociales. El mundo sabe valorar el esfuerzo, la entrega, la superación del dolor y la genialidad deportiva.

«No sólo es el más genial tenista de la historia. Va más allá. Es el más genial deportista de la historia desde su humildad», ha declarado McEnroe.

El Rey le ha agradecido su victoria y su espíritu, el Rey Juan Carlos también, y Pedro Sánchez se ha visto obligado a felicitarlo con un tuit que suena más a compromiso que a sinceridad. Ningún dirigente podemita, comunista, o separatista catalán o vasco se han considerado premiados por la exhibición de tenis, inteligencia y tesón del gran español de Manacor. Lógico, porque odian a España, y lo mejor de España les inspira el peor odio. El delincuente indultado Rull no pudo reprimir su entusiasmo, y colgó un mensaje en las redes reconociendo la grandeza de Rafael Nadal, pero intentó borrarlo posteriormente. No obstante, mi curiosidad dependía de la reacción de un catalán universal cuyas opiniones influyen, no sólo en el mundo del deporte, sino en la economía mundial y hasta en el flujo de las mareas oceánicas. Me refiero, claro está a Alfons Godalls Martínez, vicepresidente del Fútbol Club Barcelona, y máximo representante de la aldea paleta catalana.

Godalls Martínez me ha interesado desde que supe de su existencia por primera vez. Me impresionó su coraje y su valentía. Tuvo las agallas de prenderse en la solapa un lacito amarillo cuando su presidente de la República de siete segundos huyó como una rata en el maletero de un coche rumbo a Flandes. Se jugó la vida con aquel bello gesto del lazo amarillo, tan perseguido por las autoridades de la nación que invadió Cataluña hace más de seiscientos años. Recuerden a la pobre chica que le rompieron los dedos de una mano, aunque no padeciera de fractura alguna. El que sí ganó, después de cinco horas y media de partido, remontando dos sets, con un dedo del pie derecho roto, fue Rafa Nadal, pero eso no interesa.

Y debo reconocer que Godalls Martínez, vicepresidente del Barcelona, me cautivó con su comentario respecto a la victoria de Rafa Nadal: «Representa al Estado enemigo. Lo tengo en el mismo saco que a 'La Roja', el Real Madrid y Fernando Alonso». Coincido con el catalán universal Godalls Martínez en lo de «La Roja», invento de un comentarista de Telecinco. La Roja siempre ha sido la Selección de España, pero esas tres sílabas que conforman una de las palabras y conceptos más bellos de nuestro idioma, Es-pa-ña, molesta mucho a los comentaristas pronunciarlas. Pero claro, en este caso, el catalán planetario Godalls Martínez, héroe del lacito amarillo, nos ha alegrado más de la cuenta con sus sentimientos pueblerinos. En su saco del odio, Nadal comparte lugar con el Estado enemigo, es decir con la España que sostiene la ruina económica de Cataluña, principado del Reino de Aragón. Con el Real Madrid, el Club más importante del siglo XX y lo que llevamos del XXI, según la FIFA. Y con Fernando Alonso, asturiano y madridista –lo segundo, como Nadal–, y primer español campeón del mundo de Fórmula 1. Es un saco muy bien habitado el que transporta como pesada mochila el paleto de Godalls Martínez. Reconozco que me ha decepcionado en la presente ocasión, porque uno no llega a ser considerado catalán universal por casualidad y suerte en una tómbola. Se lo ha ganado por ser, probablemente, el catalán más tonto y odiador de la sufriente aldea de los siete segundos republicanos.