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Otra Forcadell

La Forcadell ha pasado un tiempecito en la cárcel por menos motivos que los acumulados por Meritxell Batet desde que preside el Congreso de los Diputados

Dentro de la inmensa nube que domina mi entendimiento, me formulo dos preguntas. ¿Por qué el diputado inexperto en botones no acudió al Congreso para votar presencialmente en contra de la reforma laboral? Se dice que estaba enfermo. Joaquín Garrigues Walker se presentó en el Congreso de los Diputados a votar una ley con su leucemia a cuestas y a menos de dos semanas de su fallecimiento. No se podía sostener por su debilidad, y su voto fue fundamental para aprobar una ley presentada por UCD. Eso es estar enfermo, y eso es cumplir con una obligación adquirida por respeto a sus votantes. Con independencia de tan lamentable e irresponsable dejadez, no toda la culpa merece caer sobre la cabeza del extraviado en botones. Se pueden acumular torpezas, pactos secretos, pucherazos y prevaricaciones en este caso. Pedro Sánchez intentó el pucherazo contra sus propios compañeros de partido ubicando una urna falsa detrás de una cortina. Fue descubierto y lo echaron. Lo hizo cuando todavía Nicolás Maduro era el camionero de Hugo Chávez. Ahora es el maestro de la trampa y sus socios de Podemos y su amigo Zapatero le han pulido su irrefrenable deseo de permanecer en el poder de la mano de la mentira y la estafa del tirano de Venezuela. Se une el pucherazo a la enfermedad nada grave del pepero de Trujillo y a su enconado desencuentro con la utilidad de los botones. De lo que no cabe duda es de que tanto la ausencia del diputado del PP por enfermedad en la votación presencial como el pucherazo organizado por Sánchez no podrían haber triunfado sin la presumible prevaricación de la presidente del Congreso de los Diputados Meritxell Batet, de exquisito pasado tenebroso. El diputado del PP se presentó en el Congreso, pidió aclarar su voto telemático confundido, y se le impidió el acceso, negándole la posibilidad de la rectificación. La presidente Batet comunicó al PP que era decisión de la Mesa, sin haber reunido a la Mesa. Esa trampa, culminada desde el ejercicio del poder, está inmersa en el verbo «prevaricar».

Meritxell Batet no ha ocultado jamás sus simpatías independentistas o catalanistas extremas. Designada a dedo por Sánchez, en prueba de su profunda amistad con el ganso volandero y por su relación con el anterior ministro de Justicia, permitió fórmulas de juramento o promesas inconstitucionales a los diputados separatistas y a los herederos del terrorismo de la ETA. Intentó –sin atreverse a culminar su intento–, desobedecer al Tribunal Supremo que condenó al podemita canario Alberto Rodríguez a abandonar su escaño por agredir a agentes del orden público. Ha pisoteado sin tregua los derechos de los diputados. Ha cerrado ilegalmente el Congreso, reduciendo la actividad parlamentaria a un simple guateque de representantes del pueblo. Ha infectado el funcionamiento democrático del Congreso de los Diputados desde la parcialidad, el sesgo y la militancia partidista. Ha permitido la aprobación fraudulenta de la reforma laboral, con o sin la excusa del incapacitado en entender los botones. Y para colmo, se peina fatal y preside las sesiones como si se hubiera levantado de la cama cinco minutos antes de iniciar la actividad parlamentaria.

Es amiga de la Forcadell, hoy en la calle por un indulto vergonzoso concedido a los principales delincuentes catalanes del fallido golpe de Estado y la republiqueta de los siete segundos. No obstante, la Forcadell ha pasado un tiempecito en la cárcel por menos motivos que los acumulados por Meritxell Batet desde que preside el Congreso de los Diputados. Nuestra Cámara Baja se ha tintado de Venezuela, y es el peor tinte que se vende en el mercado internacional. Y ella lo ha permitido.

Sigo sin entender nada de lo que ahí pasó. Pero sospecho que se unieron muchos factores para alcanzar el triunfo de la trampa. Y no me rindo ante nuevas sospechas. Espero que el Tribunal Constitucional, en los próximos 25 años, como poco, se pronuncie al respecto. Pero cada segundo me asaltan nuevas dudas, y me temo que la trampa nos la han metido doblada a los españoles, no entre ellos, por ellos y contra ellos.

No obstante, que hable con Forcadell.