Fundado en 1910

Aguirregaviria y Osaguiefo

En Vitoria suceden hechos históricos dignos de pormenorizado estudio

Alfonso XIII visitaba oficialmente Vitoria. Hernando Aguirregaviria Otaegui era cabo del Cuerpo de Miñones de Álava. El Rey había sido informado de las formidables facultades físicas del Miñón. El cabo Aguirregaviria Otaegui era un tocho, un tipo que superaba el metro y noventa y cinco centímetros de altura, un tío inmenso. El Rey Alfonso XIII, gran aficionado, se hallaba muy interesado en saludar al cabo Aguirregaviria y preguntarle si era verídico lo que se decía de él. Que, terminado el servicio diario, cumplía en nueve ocasiones, todas las tardes y noches, con los arrebatos de la naturaleza. Con su mujer, tres culminaciones. Con su amante, otras tres, y con la subamante, tres raciones diarias. Un tigre de Bengala, al lado de Aguirregaviria, era un gatito sin importancia.

Formada se hallaba la Compañía de Miñones, la Policía Foral Alavesa, para rendir honores al Rey. Un Cuerpo policial leal y ejemplar, como los Miqueletes guipuzcoanos. Pasada la revista, el Rey expresó su deseo de saludar a los oficiales, suboficiales y cabos para felicitarlos. Ya le habían indicado cuál de ellos era Aguirregaviria. El más alto y marcial. Y le llegó el turno. Alfonso XIII estrechó la mano del apuesto cabo y, acercándose a su oreja izquierda, le preguntó en un susurro:

–Aguiiregaviria, ¿ es cierto que usted es capaz de «pim, pam, pum» nueve veces todos los días?

El cabo era un hombre tímido y enrojeció. Y con toda sencillez le devolvió la pregunta al Rey:

–Majestad, cuando dishe «pim, pam, pum», ¿se refiere a fornicashiones?

–A eso me refiero, cabo Aguirregaviria. Al menos, es lo que me han contado de usted.

–Pues son «habladurrías», Majestad. La de las nueve fornicashiones diarias, es mi hermana.

Me contó Don Juan, que en plena agonía de su padre, Alfonso XIII, en el pequeño salón inmediato a su cuarto en el Gran Hotel de Roma, el Rey soltó con la poca fuerza que le quedaba una carcajada.

–De qué te ríes? –le preguntó Don Juan.

–De las fornicashiones de la hermana de Aguirregaviria.

Unos días más tarde, pronunciando «España», falleció. En su «Romance al Rey Muerto», Agustín de Foxá describe la escena de la capilla ardiente.

En el cuarto de un Hotel
​Está muerto el Rey de España,
Con el manto de la Virgen
​Y la Cruz de Calatrava.

Y en Vitoria también, decenios más tarde, siendo «Lendakari» –lo de Lehendakari es una extravagancia moderna del nuevo idioma vasco, el «batúa»–, Carlos Garaicoechea, tuvo lugar la formidable recepción a Osaguiefo Kuntinaku II, Omán de la Región de Akimbabakwa, Ghana.

Garaicoechea, que había dado un buen braguetazo matrimoniando con la heredera de los «Foie Gras Mina», deseaba una visita internacional. Y el único mandatario que se prestó a ello fue Osaguiefo Kuntinaku II, que viajó con sus ministros de Economía y Agricultura. No fueron los Miñones, sino la «Ertzaintza» la encargada de rendir honores a un individuo que se cubría del cuello hasta los pies con pieles de leopardo. Garaicoechea, emocionado, le dio la bienvenida. Le extrañó no ver a sus ministros, que tenían cita con los consejeros equivalentes del Gobierno Vasco. Su Alteza Real Osaguiefo Kuntinaku II olía a whisky que echaba para atrás. Y disculpó en perfecto francés a sus ministros: «No han podido venir. Están detenidos en Biarritz».

La noche previa al gran encuentro bilateral «Euzkadi-Akimbabakwa», los ministros, en lugar de quedarse en el Hotel Canciller Ayala de Vitoria, se largaron a Biarritz a jugar en el Casino. Y fueron detenidos por la Gendarmería por robar fichas ganadoras en la ruleta. Por culpa de esa acción, mucho más leve que las de algunos de nuestros actuales ministros, pasaron la noche en los calabozos de la Gendarmería de Biarritz. Y no se llegó a ningún acuerdo entre «Euzkadi» y Akimbabakwa.

En Vitoria suceden hechos históricos dignos de pormenorizado estudio.