Fundado en 1910

Pucherazo, sí

Lo sorprendente fue, a mi juicio, la solemnidad con que mis compañeros de mesa desafiaban los hechos e, incluso, fabulaban con normas, leyes y reglamentos que concedían a Batet el derecho a aprovecharse del voto telemático erróneo de un diputado

El domingo me ocurrió una cosa curiosa en La Roca, el programa de La Sexta al que acudo encantado muy a menudo: de ser uno futbolista y del Real Madrid, servidor sería de los que jugarían motivados en el Nou Camp cada semana o, en su defecto, en un campo difícil de verdad.

El caso es que, en el programa de la estupenda Nuria Roca, dueña de una sonrisa luminosa y más maja que las pesetas, nos tocó debatir sobre el bochorno del Congreso gracias a esa decepcionante presidenta a quien Herrera ha rebautizado como Meritxell Pucheret con gracia infinita.

Allí estaban Fernando Garea, un buen cronista parlamentario sin duda; Tania Sánchez Melero, a quien me une un afecto tan sincero en lo personal como distante en lo político; y el gran Ángel Antonio Herrera, el penúltimo clásico de la estirpe de los Umbral, Del Pozo, Aguilar o mi añorado Gistau.

Yo pensaba que el consenso en torno al deplorable espectáculo de Meritxell Batet y Pedro Sánchez iba a ser unánime, más allá de gustos, prejuicios o disciplinas de voto. Pero descubrí que estaba más solo que un dirigente de la CEOE en una mariscada de la UGT andaluza.

A todos le pareció perfecta la victoria, gracias a un gol ilegal marcado por el árbitro, aunque ninguno se atrevió a defender sin ambages que, simplemente, hay pucherazos buenos: esto quizá sería políticamente incorrecto; pero al menos vendría respaldado por un apreciable ejercicio de sinceridad demostrativo, a su vez, de la mayor característica del zurderío: como se sienten superiores, creen que sus elevados fines justifican sus deplorables medios.

Pero lo sorprendente fue, a mi juicio, la solemnidad con que mis compañeros de mesa desafiaban los hechos e, incluso, fabulaban con normas, leyes y reglamentos que concedían a Batet el derecho a aprovecharse del voto telemático erróneo de un diputado.

Yo me limité a decir, lo mejor que pude, que incluso en el caso de que todo fuera legal, seguía siendo igual de impresentable aprovecharse de esas circunstancias para ganar el partido: es como si Nadal hubiera vencido el Open de Australia aprovechándose de que un espectador, en el punto definitivo, hubiese agarrado a su rival ruso para impedirle jugar.

Viendo que la deportividad y el decoro no son suficientes en esta España sanchista, resultadista y sin escrúpulos, apelé al argumento ya definitivo: además de indecente, era ilegal.

El Reglamento del Congreso, en su punto 82, regula el voto a distancia y obliga a la verificación personal con el diputado. Algo que remarca una resolución posterior de 2012, al recalcar que esa confirmación ha de ser telefónica: el voto no es oficial mientras. Y no se puede añadir al recuento.

Por último, otra resolución de 2021, impulsada por el estado de alarma, amplía la anterior para facilitar el voto telemático masivo de sus Señorías, pero «sin prejuicio» de la de 2012.

Y desde luego sin derogar el reglamento, de mayor jerarquía: ninguna resolución invalida una norma de rango superior; como un aviso de Protección Civil no tiene más autoridad que uno de la Policía Nacional.

Ahora acaba de difundirse un escrito en el que se ve cómo la secretaria general del Congreso suscribe todo lo anterior al concederle al torpe diputado el permiso para votar desde casa bajo «la resolución de 2012».

Es decir, con verificación personal, que nunca existió. Como tampoco hubiera existido el voto equivocado de haber aplicado Batet la ley y no haberse saltado, además, a la Mesa del Congreso. Ni nos hubiéramos enterado de un malentendido estrictamente privado.

En esta otra mesa de debate también hubo cosas que no funcionaron: lo que yo dije podía haberlo comprobado cualquiera. Pero se impuso la filiación ideológica, un poquito, y las risitas de superioridad moral, otro poquito. No pasa nada, son lances del juego en una mesa donde no decidimos nada.

En la del Parlamento sí. Y allí hubo tongo.

Ardo en deseos de que lleguen dos cosas: el Tribunal Constitucional, a quien cabría pedirle su mediación antes de que España desaparezca; y el próximo domingo. Para reírnos todos otro poquito.