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Asombros de la «gilipolítica»

Pasan los días entretenidos en sus patochadas doctrinarias, que nada tienen que ver con las necesidades reales de las personas

A los que nacimos y crecimos a la orilla del mar siempre nos falta algo en las ciudades de interior. A veces, paseando por Madrid con la cabeza dispersa, al doblar algún esquinazo me parece que va a surgir al fondo el litoral. La otra desventaja de Madrid para un norteño son sus dos meses y medio de canícula inmisericorde, donde me entran ganas de dormir en la bandeja de la nevera donde guardamos las lechugas. Aun así, poder vivir en la capital de España supone un privilegio, sobre todo por sus oportunidades laborales, el principal reclamo por el que nos hemos venido millones de españoles de otras provincias (amén de los extranjeros). Pero también por el carácter abierto y acogedor de la metrópoli, su vida intelectual, su animación insomne, su buen humor, su talante desprejuiciado… Madrid es hoy la única ciudad de España que tiene dimensión y pulso para competir en la disputada liga de las ciudades locomotora del mundo. Barcelona, con los lastres del cerril y antipático separatismo y de una alcaldesa apóstol del anti-progreso, se está quedando en una bonita postal y ha perdido su fuelle.

Sin embargo, últimamente venía notando una grave carencia en las calles de Madrid, un problema que supongo que es un clamor compartido por la mayoría de los vecinos. Y es que al pasar por el distrito Centro, el Madrid más clásico y castizo, notaba que los carteles estaban escritos en simple español, en lugar de ofrecerse también en árabe, bengalí y wólof (el idioma de Senegal y Zambia). La verdad es que la situación era escandalosa, difícil de sobrellevar. Pero por fortuna todavía existen políticos que velan por el bien común, que dedican todos sus empeños a mejorar la vida de «la gente». Así que el partido Más Madrid, la escisión podemita que capitanean Errejón (en tribunales bajo la acusación de patear a un viandante), Mónica García («médico y madre»), y Rita Maestre (exasaltante de una capilla católica y vividora desde los 27 años de su escaño de concejal) ha solicitado que las calles de Lavapiés y aledaños sean rotuladas en «árabe, bengalí y wólof». Así debe hacerse en reconocimiento y atención a la gloriosa «diversidad» de esos barrios.

En efecto, estamos ante el enésimo ejemplo de lo que podríamos definir como la «gilipolítica». La misma que los lleva a perder el tiempo con discusiones bizantinas sobre el «género», mientras pasan de todo ante el problemón del paro juvenil y el agobio de los hogares ante la brutal subida de precios. La «gilipolítica», que permite que Alberto Garzón, un ministro del Gobierno de España que ha prometido la Constitución, tenga como presentación en su cuenta de Twitter la bandera republicana y el lema «Horizonte República». Es decir, un ministro, que debe respetar y defender por razón de cargo el orden constitucional, anima públicamente a subvertirlo (y aquí no pasa nada, nadie lo denuncia).

La «gilipolítica», por la que 300 personas acosaron en 2013 la casa de la vicepresidenta Soraya Santamaría, que estaba dentro con su marido y su bebé, era para Iglesias «jarabe democrático». Mientras que ahora él y su mujer acuden quejumbrosos a tribunales contra un paparazzi que merodeó por su dacha serrana, con todo el coro podemita hecho un mar de lágrimas por el estremecedor sufrimiento que ha padecido la pareja propietaria de Podemos. «El altísimo coste personal que han pagado en forma de acoso a su familia nuestros compañeros Irene Montero y Pablo Iglesias por defender avances sociales y el fin de los privilegios es inaceptable en una democracia», tuitean farisaicos los ministros de Podemos que antaño festejaban los escraches.

Cuando careces de conocimiento y capacidad de trabajo para atender a los problemas concretos de las personas, ¿qué te queda? Pues la «gilipolítica». Por eso en lugar de hacer una buena oposición a Almeida (que por ejemplo podría limpiar un poco mejor las calles), lo que los desvela es rotular Embajadores en «árabe, bengalí y wólof», no vaya a extraviarse alguien.

(PD: las bandas latinas van camino de convertirse en una mafia endémica en Madrid y Barcelona, una gangrena para la seguridad. Jamás verán a Errejón, Rita y Colau encararse con ese problema. Estas amenazas no existen en el mundo de la política adolescente, están muy ocupados con el género, la multicultura y Franco).