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Campaña desde la Moncloa

Si la fortaleza de una democracia es directamente proporcional a la solidez de sus instituciones, en poco tiempo, de campaña en campaña hasta 2024, no habrá nada que salvar

Quedan dos días de campaña y una jornada de reflexión. Setenta y dos horas en las que debemos estar predispuestos a que ocurra cualquier cosa, por insólita que pueda parecer. Si hay que declarar por decreto la Navidad, se hará.

En apenas jornada y media de campaña, hemos visto a Nadia Calviño toparse de frente con el abnegado jubilado que anda recogiendo firmas por España para que las oficinas de banca les atiendan cara a cara y no a través de una aplicación de móvil. Mira tú por dónde, el señor había ido a entregar las rúbricas al registro y, a la misma hora, la vicepresidenta merodeaba a pie –¡oh, qué grata casualidad!– por la misma recepción. Incluso, ¡qué sorpresa!, había cámaras y micrófonos para dar fe de tan cálido encuentro. Y ahí no queda la cosa: apenas veinticuatro horas después, los deseos del caballero, por otra parte harto razonables, se habían convertido en realidad.

La treta de la vicepresidenta se queda, sin embargo, en juego de niños, para lo que ha venido después. Casi al tiempo, en Moncloa, se acordaban de que el campo también existe. Lo reconocieron durante el confinamiento, que a ver quién nos dio de comer si no, pero se habló tanto y tanto que había caído en el olvido. ¡Qué mejor hora que esta, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, que gratificar convenientemente los esfuerzos de ganaderos y agricultores aprobando un PERTE para el sector! Si después se cobra, eso ya será harina de otro costal. Que se lo digan a los propietarios de pequeñas empresas o autónomos que esperaron semana tras semana como agua de mayo los 14.000 millones que Pedro Sánchez prometió en el Congreso. La AIReF acaba de certificar que, de los 7.000 destinados a ayudas directas, se repartieron sólo 4.500. El déficit es inferior al previsto gracias al ahorro, pero los titulares de prensa salieron redondos. Pocas campañas de marketing han dado tan buenos réditos.

Solo quedaba el ta-ta-ta-chan de Yolanda Díaz. Y no ha defraudado. Hace solo una semana, se rasgaba las vestiduras en el Congreso para defender, por encima del bloque de investidura del Gobierno, un acuerdo de la mesa de diálogo social, el que reforma el mercado de trabajo. Siete días después, se saca la espinita clavada anotando en su haber la subida del salario mínimo hasta los mil euros y, de paso, dejando a Garamendi una vez más en la estacada. Dos por uno y, para colmo, esto le sale gratis, porque los votos que ella recoge los pagan los empresarios. ¿Quién da más?

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que hasta los tribunales se tentaban la ropa antes de publicar sentencias que pudieran alterar el desarrollo de una campaña electoral. Hoy, la Fiscalía acumula en el cajón informes porque al partido de la jefa le conviene que estén ocultos, el Congreso ha degenerado de cámara legislativa a plató de televisión y la presidencia del Gobierno se asemeja a una agencia de captación de votos. Si la fortaleza de una democracia es directamente proporcional a la solidez de sus instituciones, en poco tiempo, de campaña en campaña hasta 2024, no habrá nada que salvar.