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Casado y Abascal, sí o sí

Castilla y León arrojó otra lectura nacional muy interesante: los partidos emergentes, que venían a regenerar nuestra política, han perdido la carrera que la crisis les puso al alcance de su mano. Podemos y Ciudadanos, cada uno por razones diferentes, son ya un espejismo

Ayer era la quinta vez que se abrían las urnas desde que Pedro Sánchez gobierna con la ayuda de los enemigos de España. Ha perdido en todas esas elecciones, salvo en Cataluña, donde el efecto Illa solo le dio para sacar pecho la noche electoral y luego marcharse –ministro y PSC– a la inanidad. Perdió en Galicia, perdió en el País Vasco, se descalabró en Madrid y ahora el PP le ha birlado el primer puesto en Castilla y León, victoria amarga que tampoco le valió para gobernar en 2019. Por tanto, Sánchez pierde cada vez que los ciudadanos son preguntados. La manta que le arropa en su colchón amado de La Moncloa, un día le destapa una pierna, otro una mano, otro un brazo. Por no quedarse completamente a la intemperie, el presidente evitará todo lo que pueda someterse al escrutinio final de unas generales.

Pero a Sánchez le ganó ayer en Castilla y León el propio Sánchez: sus alianzas con proetarras, sus indultos, sus cambalaches con asesinos, su falcon, sus trolas… Cada vez que abre la boca Rufián, la bolsa de papeletas del PSOE se vacía. Es verdad que ganó el PP y eso es incuestionable, pero no lo es menos que lo hizo por debajo de las expectativas de Mañueco y de Casado, cuya estrategia electoral fue de mal en peor (las elecciones anticipadas las carga el diablo: salvo que seas Ayuso y tus ciudadanos te consideren la única fórmula para dar una patada política a Sánchez e Iglesias). El gran triunfador de anoche fue Vox, que pasó de uno a trece escaños. Y esa variable ha de analizarse con detenimiento por la dirección de Génova que tendrá que ponerse a la tarea de reunificar la derecha más allá de marcar distancias y luego tener que echar marcha atrás cuando necesitas los votos de Abascal, que ayer dijo de su candidato que se le había puesto cara de «vicepresidente». A buen entendedor, pocas palabras. La entrada de Vox en el Gobierno es un punto de inflexión que Génova ha descartado y no tendría que haberlo hecho.

La izquierda jugará a vender el espantajo de la extremaderecha y no se descarta que el candidato de Sánchez, Tudanca, le ofrezca al PP apoyarle con una abstención (lo que hizo la gestora socialista de Javier Fernández en la investidura de Rajoy) para ponerle en la tesitura de que no se entregue a una coalición con Vox. Casado debe contar también con esta variable. Pero finalmente, Castilla y León arrojó otra lectura nacional muy interesante: los partidos emergentes, que venían a regenerar nuestra política, han perdido la carrera que la crisis les puso al alcance de su mano. Podemos y Ciudadanos, cada uno por razones diferentes, son ya un espejismo. Podemos no ha perdido toda su representación porque no ha hecho campaña Pablo Iglesias; si no, se hubiera quedado fuera de las Cortes. Se entiende que Fashionaria Díaz no haya pisado casi la región.