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Por qué Casado hace lo que hace (y tiene sentido aunque no lo parezca)

Lo sepan o no, cada uno hace su papel y, en su fuero interno, PP y Vox saben que están condenados a entenderse y al final, de una forma u otra, lo han hecho siempre que la sangre estaba a punto de llegar al río

No pocos votantes del PP, y la totalidad de los de Vox, se preguntan qué demonios está haciendo Pablo Casado repitiendo el desdén hacia Abascal que, en el debate de la moción de censura inviable a Sánchez, llegó a la descalificación casi personal y provoca que ambos dirigentes mantengan una relación personal tan constructiva y amistosa como la de Biden y Putin.

En el momento en que el electorado ha empezado a reunificar a la derecha por lo militar, enviando a Ciudadanos a cruzar la laguna Estigia; y la izquierda sanchista se queda coja de Podemos y sustentada en el binomio oscuro de ERC y Bildu, ¿cómo es que la derecha, con pinta de mayoría absoluta, se pone a pintar el duelo a garrotazos de Goya?

¿Le han puesto algo en la bebida a Casado, como el brujo al Rey de Góndor en la novela de Tolkien, para que malgaste la oportunidad preso de un ceguera suicida?

Para resolver el dilema, quizá haya que hacerse primero un par de preguntas previas y reflexionar unos minutos antes de dar las respuestas. ¿Se pueden ganar unas elecciones, y luego gobernar, con el discurso de Vox? ¿Hubiera desaparecido Ciudadanos si alguien no se hubiese encargado de intentar atrapar a sus votantes antes de que Sánchez culminara su evidente deseo de tentarlos?

Y una más, finalmente. Se peguen lo que se peguen ahora Casado y Abascal, ¿dejarán de entenderse en la Hora H del Día D si ese desencuentro facilita la continuidad de Sánchez, de Iglesias, de Junqueras o de Otegi a los mandos de un país cuesta abajo y sin frenos?

Si la respuesta a esas tres preguntas es «no» quizá empiece a entenderse un poco mejor la estrategia de Casado, tan arriesgada como llena de lógica. Y miméticas, por distintas razones a las que también dará Abascal cuando tenga que responder a su pregunta: «¿Pondrá en peligro una alternativa al sanchismo si está en su mano evitarlo?»

Para entenderlo del todo, hay que recalcar una cifra y una fecha. En abril de 2019, Ciudadanos logró 4,1 millones de votos, apenas 200.000 menos que el PP: la codicia de Rivera, con su error letal de forzar unas nuevas elecciones en la búsqueda imposible de un sorpaso a Rajoy, dejo huérfanos a buena parte de esos votantes.

Y no se han ido al PSOE porque el PP, soportando el estigma de «derechita cobarde», acudió a rescatarlos con un discurso necesariamente moderado y la certeza, intuyo, de que el «trabajo sucio» ya lo haría Vox, su socio natural llegado el momento de la verdad.

Y la fecha explica el resto de misterio: hasta principios de 2024 no habrá elecciones generales, según el calendario de Sánchez, que pretende extender la legislatura más allá de lo que técnicamente prevé la ley, estirándola con una de sus trampas.

Son casi dos años, pues, con elecciones en Andalucía, en 12 comunidades y en casi 9.000 municipios y provincias de España. No sin riesgos, dejándose pelos en la gatera y alimentando a su competidor natural en la derecha más cafetera; Casado se puede permitir esa estrategia para evitar que al PP le pase como a buena parte de la derecha europea, derrotada en el mismo tiempo en el que a los populares, por el contrario, todas las encuestas le dan por ganador.

Y Vox, que no se merece la caricatura fascista que fabrican los defensores de la indigna pinza con Batasuna 2.0, se puede permitir a su vez morder el porcentaje máximo del voto tradicional del PP que se ubicaba en las latitudes más contundentes del partido.

Lo sepan o no, cada uno hace su papel y, en su fuero interno, PP y Vox saben que están condenados a entenderse y al final, de una forma u otra, lo han hecho siempre que la sangre estaba a punto de llegar al río.

La competición cainita, sobrada quizá de excesos retóricos, no es más que una consecuencia de los objetivos de cada formación, legítimos en tiempos de paz electoral si con ello se engordan las filas conjuntas para cuando las urnas convoquen al frente. Aunque casi nadie entienda nada, quizá bien mirado, se entienda todo muy bien.

Posdata. Este artículo fue escrito antes de que trascendiera la noticia de una supuesta investigación del PP a Ayuso que Génova niega pero la presidenta regional parece dar por cierta. Este episodio lo cambia todo: sea cual sea el desenlace final, lo demás queda en segundo plano ante las previsibles consecuencias de este espectáculo lamentable. Ahora toca pedir explicaciones.