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Comienza la negociación

Despreciar el voto de los de Abascal puede resultar temerario. Los votantes de ambos partidos no sólo no están tan lejos, sino que les une un poderoso pegamento: un profundo rechazo a los experimentos del conglomerado Frankenstein a las órdenes de Pedro Sánchez

En los tiempos del bipartidismo, salvo catástrofe mayúscula, todos ganaban después de unas elecciones. Unos porque ganaban, aunque fuera por la mínima. Otros porque, después de que sus asesores demoscópicos y de comunicación se estrujaran las meninges tras leer del derecho y del revés los resultados, veían que la brecha con el vencedor se había estrechado o encontraban el rayo de esperanza que les anunciaba una próxima victoria en los siguientes comicios.

Hoy, sea porque son más de dos los que concurren a las urnas, sea porque las legislaturas de mayorías absolutas han dejado mal sabor de boca, ponerse medallas resulta más complicado. Que se lo digan al Partido Popular. Ha ganado las elecciones en Castilla y León y no sólo le está costando explicarlo, si no que tiene que luchar para quitarse la cara de perdedor. Error de comunicación o de campaña, lo cierto es que convocar a los ciudadanos anunciando una victoria sobrada sólo sirvió para hinchar las expectativas. En contraste, el resultado resulta pobre.

En una región tan grande, en la que se concitan tan distintas realidades sociales, económicas y políticas, los asesores de Fernández Mañueco han sido incapaces de calibrar no sólo la necesidad de cada cual, sino la sensación real de abandono que se percibe entre el colectivo. En Castilla y León, la derecha no tiene que hacer mucho para ganar y por tanto se esfuerza más en otras latitudes y la izquierda no se molesta en hacer nada porque nunca gana. Uno por otro, la casa sigue sin barrer. Ese es el filón que han encontrado y explotan, cada uno según sus necesidades y aspiraciones, Vox y los partidos de corte local.

Despreciar por eso el voto de los de Abascal puede resultar temerario. Los votantes de ambos partidos no sólo no están tan lejos, sino que les une un poderoso pegamento: un profundo rechazo a los experimentos del conglomerado Frankenstein a las órdenes de Pedro Sánchez. Sea en coalición de Gobierno, sea mediante un pacto en las Cortes, es el mandato de las urnas. Desobedecerlo tiene un precio, que le pregunten a Albert Rivera. La prisa de García-Gallardo poniéndose la medalla de vicepresidente, cuando venían renegando de los cargos, y la de Mañueco en rechazarlo no son más que dos formas de acercarse a una negociación que será dura y complicada, porque ambos se juegan mucho. El tiempo dirá si hallan puntos de encuentro.

Como nota a pie de página, porque resulta hilarante, la oferta del presidente del Gobierno. A Pedro Sánchez le da tanto miedo Vox que se ofrece a apoyar gratis et amore a Pablo Casado con tal de que no pacten con ellos. El partido de Abascal es una página en blanco, sus socios en Navarra y en el Congreso, los de Bildu, son una película de terror.