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Otra Gestapillo a mayor gloria de Sánchez

La guerra sucia entre Génova y la presidenta de la Comunidad de Madrid, su mejor activo, ha sido un dislate de principio a fin

José Luis Martínez Almeida acaba de negar la mayor. Que era mayúscula. Si el alcalde de Madrid hubiera reconocido que alguien de su entorno, Ángel Carromero sin ir más lejos, había sondeado a una empresa de detectives para que metieran la nariz en la vida del hermano de Isabel Díaz Ayuso por ver si había trincado de un contrato autonómico, lo tendría que haber hecho con la carta de dimisión en la mano. Lo ha negado y mientras no haya pruebas que le contradigan habrá que creerle. Pero el daño está hecho y los relatos periodísticos son lo suficiente sólidos para que los españoles se malicien lo peor.

La guerra sucia entre Génova y la presidenta de la Comunidad de Madrid, su mejor activo, ha sido un dislate de principio a fin y ya solo hace falta ver si los trapos están algo tiznados o hecho jirones, en cuyo caso alguien del PP tendrá que decirles a sus 5.019.869 millones de electores que lo siente y se va. Todos los partidos tienen trapos sucios que lavan en casa: ponen lavadoras y lavadoras para limpiarlos (Sánchez es un maestro en esas coladas), pero el PP tiene la autolítica costumbre, a mayor gloria de la izquierda, de sacarlos a la Puerta del Sol y de ventilar su fétido aroma a la vista de España.

Ver a Almeida dar explicaciones, esquivando su condición de portavoz del PP para acogerse a sagrado como alcalde de Madrid, me devolvió a la memoria otras mañanas devastadoras para el PP de la capital de España, cuando nadaba en votos populares: la de Manuel Cobo contando en El País que una Gestapillo le había espiado en plena guerra entre Gallardón y Esperanza; tantas mañanas de fuego cruzado entre Francisco Granados e Ignacio González, espíame, espíame, para ver quién mandaba en la Real Casa de Correos; la mañana en que Cristina Cifuentes se vistió de blanco para conjurar los manchones que unas cremas le habían dejado una primavera madrileña, de ruido y furia, con fuego amigo descerrajando tiros desde celdas cercanas.

Ahora saldrá García Egea y después, Isabel Díaz Ayuso, y después quién sabe qué a decir nada nuevo bajo el sol. Que nadie espía y que el otro se lo inventó. Pero el pío pío ya no vale. Atónitos, los españoles ven cómo una guerra suicida achica cada vez más las opciones de que Pedro Sánchez salga de La Moncloa. El poder, un sillón, quién adelanta a quién, quién se queda en el camino, quién coloca a los suyos…

Todos en el centro-derecha remando para que el socialismo pueda seguir pactando con etarras e independentistas. Porque los Otegi, Sánchez y Junqueras ya saben a estas alturas que por muy vergonzoso que sea su comportamiento, en Génova siempre proyectarán una peli de espías mucho más interesante. O entretendrán al anestesiado patio de butacas pintando cordones sanitarios a Vox, mientras la izquierda se deja en cada urna que se abre millones de votos.

Es la guerra. Y en la guerra, a veces, solo puede quedar uno. Me temo que ese es Pedro Sánchez.