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Yo acuso

Yo acuso a los colaboradores de Casado y Ayuso de haber traspasado todos los umbrales de respeto y ética, engordando una rivalidad que ha acabado con el proyecto político en el que han trabajado cientos de cargos, antes y ahora, sin más recompensa que la vocación de servicio a los españoles

Yo acuso al PP de haber dilapidado la ilusión de millones de españoles que esperaban que la nefasta situación de España era suficiente revulsivo para anteponer los intereses generales a las estrecheces de un solo sillón para dos posaderas en el despacho de la séptima planta de Génova 13.

Yo acuso a sus dirigentes de haber pasado todas las líneas rojas para aniquilar sus expectativas de sustituir al peor Gobierno de la democracia, al que los españoles han censurado en las urnas cada vez que se les ha dado la oportunidad en estos tres últimos años: País Vasco, Galicia, Madrid, Castilla y León, con la excepción de la pírrica victoria del PSOE en Cataluña.

Yo acuso a quien corresponda de que los españoles, y no solo los más de cinco millones de votantes que obtuvo el partido hace dos años, han perdido la posibilidad de tener una alternativa que dé esperanzas a autónomos, parados, trabajadores, jóvenes desempleados, estudiantes, profesores o sanitarios y devuelva a las víctimas de ETA la dignidad, a los asesinos a las cárceles y a los catalanes no independentistas a su patria.

Yo acuso a quien haya permitido por acción o por omisión que una sospecha, no se sabe si fundada o no, de corrupción en el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, fuera pasto de un descerebrado que decidió apuntalarla en un presunto espionaje, más propio de Mortadelo y Filemón que de un partido de Estado.

Yo acuso de que si la dirección nacional tenía constancia de la comisión cobrada por el hermano de Ayuso por un importe de 280.000 euros por mediar en un contrato sanitario no lo pusiera en conocimiento de la Fiscalía. Y si no había prueba documental y solo el chivatazo de que la empresa adjudicataria había declarado en el modelo de Hacienda 347 el pago de ese dinero, lo hubiera convertido en munición para disparar un fuego amigo suicida.

Yo acuso de que mientras barones como Juanma Moreno, Núñez Feijóo, Mañueco, López Miras y miles de alcaldes arriman el hombro para consolidar un proyecto de centro-derecha, la sede nacional y la presidencia del PP de Madrid se hayan tirado al barro en una guerra descarnada de ya desgraciadamente muy previsibles consecuencias: solo quedará uno o ninguno.

Yo acuso de que, a la luz de lo ocurrido en los últimos meses, el prestigio de sus siglas haya caído en manos de personajes tan discutibles como Ángel Carromero, mano derecha de Almeida y acusado de gestionar el espionaje de Ayuso, o Alberto Casero, mano derecha de Teodoro García Egea, cuyo error en la votación de la reforma laboral dio un triunfo parlamentario inesperado al Gobierno socialista.

Yo acuso a los colaboradores de Casado y Ayuso de haber traspasado todos los umbrales de respeto y ética, engordando una rivalidad que ha acabado con el proyecto político en el que han trabajado cientos de cargos, antes y ahora, sin más recompensa que la vocación de servicio a los españoles.

Yo acuso a los que, teniendo un diamante en bruto capaz de igualar las marcas estratosféricas de Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre en Madrid, en el momento de mayor fragmentación de la derecha española, la han convertido en una nueva Cristina Cifuentes pero sin la cinta repugnante de las cremas.