Fundado en 1910

Génova, 18 años después

Nadie dijo que militar o ser simpatizante o votante de un partido liberal fuera fácil en tiempos de desafección como los que se viven

Algo ha tenido que hacer mal, muy mal, Pablo Casado para que ayer miles de personas rodearan Génova 13 pidiendo su dimisión inmediata como máximo responsable del PP sin que a esos ciudadanos los hubiera mandado Rubalcaba, ni fueran agitadores de izquierdas ni estuvieran amedrentando a un Gobierno de derechas tras el golpe terrorista del 11 de marzo de 2004. Eran del PP. Muchos, militantes que pagan 20 euros de cuota para sostener a una formación en la que han creído desde que aglutinó al centro-derecha español. Otros, trabajadores de familias de izquierdas que ya no se tragan las trolas de Pedro Sánchez y han dado un voto de confianza a Isabel Díaz Ayuso porque ha sabido canalizar las ilusiones perdidas en un proyecto que se desangró en votos por culpa de la corrupción. Algunos, humildes cargos que se han dejado las muelas y el dinero de su bolsillo para montar actos en pueblos minúsculos, subidos a una caja de cerveza, para llevar el mensaje de Génova a lugares donde Casado y Egea nunca han pisado. Los más, quizá todos: decepcionados, dolidos, escandalizados, apenados, indignados y asustados.

Esos ciudadanos han visto cómo su partido ha tenido que arrostrar a lo largo de su historia a morlacos ingobernables: la falta de liquidez para pagar las pensiones que dejó el PSOE de Felipe González; instituciones sistémicas como la Guardia Civil o el Banco de España abiertos en canal por la putrefacción socialista; 20 cargos populares asesinados por ETA y cientos de concejales extorsionados por el terror; el mayor atentado de la historia de Europa, detonado a las puertas de unas elecciones que tenía ganadas; una crisis económica sideral gestionada irresponsablemente por Zapatero que puso a España a borde del rescate; la corrupción anegando las principales estancias de su sede nacional; un golpe de Estado dado desde instituciones catalanas para revertir el orden constitucional y dividir España; y la fragmentación política con la llegada de populismos de izquierda que, en coalición con el otro partido de gobierno, el PSOE, invistieron al peor presidente de la historia reciente de España.

Para todo ello, estaban preparados. Nadie dijo que militar o ser simpatizante o votante de un partido liberal fuera fácil en tiempos de desafección como los que se viven y con el agit prop tan hábilmente monopolizado por la izquierda. Pero nadie les advirtió, ni a ellos ni a los más de cinco millones de electores del PP, que había un agente mucho más poderoso que la impunidad mediática del PSOE o la pretendida superioridad moral de la izquierda o la falta de escrúpulos de Pedro Sánchez. Era la necedad. Y aquellos que no han sabido sofocar un incendio que su propia estulticia ha provocado –tanto da si hubo espionaje o si no; si hubo chivatazo del gobierno o si no–, difícilmente serán capaces de enfrentarse al fuego devastador de gestionar la cuarta economía de la zona euro.

No es Isabel, ni Miguel Ángel Rodríguez ni Carromero ni Almeida ni Feijóo ni López Miras. Ni siquiera ahora Casado y Egea y mañana otros. Es la materia gris del cerebro.