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Tiempos recios

Por ahora nos espera más radicalismo y fraccionamiento social, un paisaje que amortigua la Unión Europea con intervenciones precisas pero a la que no podemos convertir en el muro de contención de nuestra insensatez

No hay cambio de época fácil de transitar. Cuando los cambios se aceleran la gente pierde la cabeza y las instituciones se tambalean. Hoy el ciudadano de a pie se ve asediado por problemas de todo tipo y constata, con horror, que los mecanismos institucionales no responden como querría a esas situaciones. Da igual que prestemos atención a la política internacional que a la nacional, la economía o el mercado de trabajo. Las incertidumbres crecen por todas partes. La sociedad española, y creo que esto valdría para el resto de las europeas, tiene una gran capacidad de resistencia si confía en sus dirigentes, si entiende los retos a los que se va a enfrentar y si asume la estrategia a seguir. Los años de la Transición son un buen ejemplo. Eran tiempos difíciles, pero sabíamos lo que queríamos y fuimos capaces de sortear los cambios políticos, la crisis económica y el terrorismo etarra.

No hay dos países que tengan una situación política semejante, pero en todas partes vemos como los partidos políticos tradicionales pierden audiencia en beneficio de nuevas formaciones, como se suceden los liderazgos sin acabar de cuajar un entendimiento con sus propios votantes, como, a fin de cuentas, los ciudadanos se sienten abandonados, cuando no traicionados, por las élites directoras, esas que durante medio siglo les habían proporcionado bienestar y libertad.

Si volvemos al caso español nos encontramos con dos ejemplos desoladores. El actual presidente de Gobierno fue expulsado de la Secretaría General de su partido por mantener una estrategia tan radical como irresponsable, en especial en lo relativo a su relación con las fuerzas independentistas y terroristas. Sánchez reconquistó la Secretaría General, llegó a la Moncloa y ha sorprendido hasta a los que le temían yendo más allá en el programa de minar el régimen político de 1978, además de llevar a cabo una pésima gestión económica. El actual presidente del Partido Popular está bajo acoso de los barones de su propio partido tras haber gestionado mal las campañas electorales en Cataluña y Castilla y León, además de lanzar un ataque tan burdo como violento contra uno de ellos, Isabel Díaz Ayuso.

Los retos que nos está planteando la IV Revolución Industrial y los cambios derivados de ellas en el orden internacional y nacional requieren de unos dirigentes creíbles y competentes que devuelvan a la sociedad, la española o cualquier otra de nuestro entorno, la necesaria confianza para, todos juntos, afrontar los cambios inevitables a los que estamos abocados. O devolvemos a la política la dignidad que merece, renovando en profundidad las filas parlamentaras y devolviendo a sus bancadas a personas con la autoridad y el conocimiento suficiente o, no nos engañemos, tendremos serios problemas en los próximos años. Por ahora nos espera más radicalismo y fraccionamiento social, un paisaje que amortigua la Unión Europea con intervenciones precisas –conteniendo la politización de la judicatura o aportando fondos para tener lubricado el sistema– pero a la que no podemos convertir en el muro de contención de nuestra insensatez.