Fundado en 1910

Otro amiguito para Arnaldo

En esta España loca que desecha protestas en Moncloa cuando muchos morían y todos se arruinaban pero las convoca en Génova para liarse a garrotazos entre hermanos; nada puede extrañar ya. Ni siquiera que pongan de responsable de los beneficios a los etarras a un juez que considera que los pobres sufrían penas excesivas

Ha quedado sepultado en el fragor del apocalipsis popular un curioso ascenso de categoría de un magistrado que contradice gloriosamente el viejo aforismo sobre el trato de Roma a los traidores.

El juez en cuestión se llama José Ricardo, lo que en sí mismo debería haber activado ya todas las alarmas: no parece fácil de creer que un tipo con nombre de monitor de bachata o de árbitro de la Tercera División, Grupo VII; sea una garantía para impartir justicia.

Aunque las dudas se disipan por la certeza histórica de que hubo un tiempo y una generación en que a todos nos ponían dos nombres como si ello nos fuera a dar más opciones de saltar del lumpen a la aristocracia.

Y era gratis. El mío es Javier, pero estoy rodeado de distinciones igual de controvertidas: Julio Rafael, Paula Mónica, Pilar Paula, Rafael María, Jesús Juan o Carmen Eugenia son algunos de los hitos de mi geografía humana que sienten un cierto bochorno, muy familiar para mí, cuando son citados a filas en alguna cola pública, plagada de crueles funcionarios que no se resisten a convocarte a voces con el nombre completo.

No es peor, pues, José Ricardo de Prada, que desde abril prolongará su legendaria trayectoria judicial ingresando en la Sala Primera de lo Penal de la Audiencia Nacional, responsable de avalar o desechar los permisos penitenciarios.

No hace falta ser tan perspicaz como Pedro Sánchez, que tiene una Agenda para 2030 aunque desconoce lo que hizo ayer, para intuir qué hará José Ricardo en su nuevo destino: apoyó a Baltasar Garzón; no vio con malos ojos a los CDR e incluso mostró cierta condescendencia con los propios terroristas al considerar que sufrían penas excesivamente largas e incluso torturas ocasionales.

Hay quien dice, aunque esto no está confirmado, que sus extrañas posiciones le colocan entre los partidarios de Chanel como representante española en Eurovisión: ni siquiera su sentencia fake contra Rajoy aprovechando que la Gürtel pasaba por allí, esa que Sánchez utilizó para justificar la moción de censura y luego tuvo que ser sancionada por la propia Audiencia Nacional, superaría esa perversa atracción por los excesos de todo tipo.

Pues bien, don José Ricardo será el encargado de decidir si a los servicios prestados por Sánchez y Marlaska a Otegi –«Que no me entere yo que ese culito pasa hambre»– se le añaden los suyos propios para que los muchachos vuelvan a casa como el turrón por Navidad.

En esta España loca que desecha protestas en Moncloa cuando muchos morían y todos se arruinaban pero las convoca en Génova para liarse a garrotazos entre hermanos; nada puede extrañar ya.

Ni siquiera que un juez reprendido por la Audiencia Nacional sea «ascendido» en misma la Audiencia Nacional para ayudar a los salvajes que no hace tanto encerraban.

Estamos a nada de aceptar hasta a un presidente como Pedro Sánchez y preguntarnos, como mucho, si su segundo nombre no será tal vez Atila.