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El PP infantil

La respuesta del PP no ha podido ser más estúpida: derribar a su jefe, maltratar a su icono, dividir a la tropa y escenificar públicamente, con varios pases, la versión parlamentaria de La cena de los idiotas

Nunca nadie es tan malo como su caricatura ni tan bueno como su autobiografía, una máxima que enlaza a la perfección con el drama de Ayuso Montesco y Pablo Capuleto escenificado en Madrid y, un poco también, en la zona más septentrional de Teruel.

Se entiende mal que un político abandone el puesto tras haber denunciado un caso de nepotismo que, para la Fiscalía al menos, merece la apertura de diligencias, salvo que el político y la Fiscalía en cuestión formen parte de la misma productora de ficción peligrosa. Pero si no es así, ¿cómo es posible que al PP de Rajoy se le expulse de Moncloa por una frase inventada en una sentencia menor y, a la vez, a Casado se le aparte del PP por evitarle al partido otra frase similar?

En la misma línea, se entiende aún peor que el mayor reclamo electoral del PP, Isabel Díaz Ayuso, sea señalada por su propio compañero con una crueldad que no se gastan ni con el hermano de Ximo Puig ni con el padre de Pedro Sánchez ni con el marido de la directora de la Guardia Civil, todos receptores de beneficios familiares. Y que, tras salir reforzada de ese ataque por la masiva movilización de los militantes en su defensa, no sea elegida para presidirles de manera automática.

Todo en el PP en este capítulo es una mezcla de frivolidad, pardillismo y mala baba; resumida en una especie de malditismo que le impide prosperar y, cuando lo logra, rápidamente, se concentra en el auxilio de su enemigo: Sánchez estuvo a punto de caer hace un mes, de haber fracasado la reforma laboral; después perdió en Castilla y León y antes y después de eso no ha dejado de dar un espectáculo de incompetencia, sectarismo e indigencia intelectual que, combinada con una falta de escrúpulos galopante, explica sus éxitos: si nada defiendes y nada te importa, todo está al alcance.

Ante semejante paisaje, la respuesta del PP no ha podido ser más estúpida: derribar a su jefe, maltratar a su icono, dividir a la tropa y escenificar públicamente, con varios pases, la versión parlamentaria de La cena de los idiotas, sin el problema de casting de la obra original por la abundancia de candidatos para el reparto.

Ahora parece que llega la solución de la mano de Breogán, rey galaico y custodio en piedra de la Torre de Hércules; con un Feijóo que atesora las mejores virtudes aparentes, entre otras ser adulto; pero también algunas dudas sobre si su seriedad es el disfraz de la cobardía o el anticipo del rigor en aquellas batallas de ideas que el PP pierde siempre por incomparecencia.

La larga serie de cadáveres vistos en los sótanos de Génova, con presidentes nacionales y autonómicos, alcaldesas, ministros y viejas glorias amontonados en ese pudridero, plantea la duda final:

¿Será otra vez el Congreso Extraordinario en el nombre pero ordinario en las consecuencias? ¿Prolongará el miedo del PP a ganar y renovará su tendencia a achantarse ante sí mismo? ¿O descubrirá la milagrosa fórmula para centrarse en lo que quiere decir sin pensar demasiado en lo que digan de él los demás?

La paradoja del abuelo establece que si una persona viajase al pasado y eliminara a uno de sus abuelos antes de que concibiera a uno de sus padres, la persona en cuestión nunca llegaría a nacer. Sin embargo, que no hubiera nacido impediría a su vez que cometiese el asesinato, lo que a su vez le permitiría nacer para matar a su abuelo, en cuyo caso nunca vería la vida.

Un bucle infinito del que no es tan difícil salir: basta con no hacer el gilipollas, con perdón por decir «bucle» en horario infantil.