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«¡No a la guerra!»

Sabemos que las sanciones sólo sirven para que los rusos «compren» el territorio en lugar de enfrentar su ejército con una colación internacional. Y Putin cree que tiene suficiente suelto como para hacer esa adquisición. Y nosotros, España, Occidente, mirando hacia otro lado. Putin vuelve a ganar

¿Se acuerdan de aquellas manifestaciones que llenaban la Castellana? Miles y miles de españoles abarrotando la principal avenida de Madrid y de tantas otras ciudades en contra de que Estados Unidos reaccionara a la brutal agresión que le habían perpetrado en las Torres Gemelas y el Pentágono, Al Qaeda y los suyos. Negaban a los norteamericanos el derecho a defenderse contra una agresión flagrante. Y eso que sólo pretendían responder a un ataque ya perpetrado.

Ayer se consumó lo que ya sabíamos hace semanas que iba a ocurrir. Una «no guerra» en Ucrania. Es decir, una guerra en la que hay un invasor que perpetra el mayor ataque militar que se produce en Europa desde la Segunda Guerra Mundial –la Guerra de los Balcanes, con sus decenas de miles de muertos fue, comparado con lo de Ucrania, como cuando mi hermano Gabriel y yo jugábamos en casa con los madelman– y nadie le dispara un tiro de vuelta a los rusos. Bueno, sí, algunos héroes ucranianos se van a dejar la vida defendiendo su patria, pero ninguno de sus amigos occidentales vamos a acudir en su defensa con aviación, infantería o acorazados.

Todo eso ya lo sabíamos porque no hay nadie dispuesto a poner a sus tropas en verdadero peligro si no eres un régimen muy autoritario, como es el caso de Rusia bajo Vladímir Putin –y bajo casi cualquier otro dirigente desde que los Zares fundaron su Imperio–. Lo interesante de este caso nos lo aporta la izquierda internacional y, en particular, la ultraizquierda española en el Gobierno. Sus afinidades están siempre muy claras. Después de los atentados del 11-S no se podía atacar a los terroristas agresores. Había que buscar una solución por la vía del diálogo. Cuando me decían eso yo me preguntaba si el diálogo le iba a sacar el dinero a Bin Laden para que reconstruyera todo de su bolsillo. Porque era evidente que el diálogo no iba a devolver la vida a los miles de muertos asesinados por esos terroristas fanáticos. Pero en España las calles se llenaron de los Almodóvar de turno gritando «¡No a la guerra!» Y, a pesar de que la guerra la habían iniciado los agresores, las manifestaciones eran contra Estados Unidos. Como lo habían sido en la anterior Guerra del Gofo en 1991, cuando Irak invadió y anexionó Kuwait y los mismos almodóvares tomaron las calles con idéntico «¡No a la guerra!». Un «¡No a la guerra!» que implicaba que el tirano iraquí se quedase con el Kuwait invadido y todo su petróleo.

Sorprendentemente, cuando un presidente europeo como Vladímir Putin invade un país europeo y lo bombardea con una potencia de fuego que no veíamos en Europa desde hace 75 años, no hemos oído una sola voz de crítica desde la ultraizquierda española. ¿Estos muertos les parecen bien? Por estos ucranianos, que deben ser de segunda clase, ¿no hay que denunciar la guerra?

Con la argumentación más zafia, Putin habló ayer de «desnazificar» Ucrania, una democracia en la que hay alternancia de poder, a diferencia de Rusia, donde Putin retiene el mando de todo desde hace 22 años, después de que le fuera entregado sin proceso electoral por Boris Yeltsin. Y que Putin, con su historial bien conocido, acuse a las autoridades ucranianas de haber cometido «numerosos crímenes sangrientos» es una ironía que sonaría bien en una ópera bufa. Máxime, considerando que el presidente ucraniano es hijo de padre y madre judíos. ¿Cree la ultraizquierda española que controla nuestras televisiones que Ucrania es un Estado nazi? ¿Por qué no se manifiestan contra quien lo dice?

Todos sabemos que Ucrania no puede defenderse sola de Rusia. Y sabemos que las sanciones sólo sirven para que los rusos «compren» el territorio en lugar de enfrentar su ejército con una colación internacional. Y Putin cree que tiene suficiente suelto como para hacer esa adquisición. Y nosotros, España, Occidente, mirando hacia otro lado. Putin vuelve a ganar. El appeasment nos sigue gustando más que la confrontación. ¿Hasta dónde llegará la Rusia de Putin antes de que nos demos cuenta de que hay que usar la fuerza que ninguno queremos emplear? Hasta el Danubio, tal vez. Si depende de los almodóvares españoles, probablemente hasta la misma Lisboa.