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El hombre que plantó a Progrevisión Española

El rigor de las televisiones mejoraría si más gente hiciese lo que hizo Eduardo Serra ante las diatribas de un presentador tendencioso

Alcanzar una edad provecta presenta una ventaja: mayor libertad. Cuando una persona tiene su vida ya hecha puede permitirse el lujo decir lo que piensa, sin autocensuras. Eduardo Serra Rexach se encuentra en esa fase feliz. Tiene 75 años y un currículo ilustre a sus espaldas (ocupó altos cargos con UCD y PSOE y fue ministro de Defensa con Aznar). Como consejero en varias empresas y dueño de una consultora, goza además de la tranquilidad que otorga un buen patrimonio. Pero sobre todo, gasta una potente cabeza, que en su día lo convirtió en número uno de su promoción como abogado del Estado y que le permite diseccionar la realidad con claridad de juicio.

Serra acudió el viernes a un programa en directo de TVE, Las claves. El director y presentador es un periodista valenciano de 48 años, que encarna la caricatura del super-progresista español de manual. Al hombre solo le falta llevar una pegata en la frente con el logo del PSOE. Curiosamente, hasta comparte la gestualidad afectada de Sánchez (quién sabe, tal vez haya una Escuela de Teatro Progresista...). En el programa en cuestión se abordó la crisis del PP. Entre los tertulianos, Margallo, Cifuentes, Vidal-Quadras, Serra y la directora de un periódico pro podemita. En lugar de moderar el debate con la neutralidad que demanda una televisión pública, el presentador híper-progre se esforzaba –con gesticulación dramática y careto de énfasis sumo– en defender la tesis de que a Casado lo han echado por intentar denunciar la corrupción sistémica del maléfico PP.

Ante semejante arenga sectaria, a Serra se le inflaron las meninges e hizo algo que nadie hace. Se levantó y se largó: «Estoy viendo que esto es un linchamiento al PP. Por tanto, y con toda la amistad del mundo, me levanto y me voy». Allá se quedaron buscando un poco de foco mediático dos amortizados del Partido Popular, Margallo y Cifuentes, de perfil ante el mitin.

Los españoles dedican una media de más de tres horas y media al día a ver la tele. Semejante empacho de pantalla la convierte en el agente clave a la hora de decantar nuestras decisiones electorales. Cuanto más sano sea el ecosistema televisivo, más sana será, por tanto, una democracia. Y el nuestro es un desastre, pues está totalmente escorado hacia el mal llamado «progesismo».

En España la mayoría de las cadenas son de izquierdas, algunas incluso de manera histérica y militante. Merced al intervencionismo de Zapatero y Rajoy, el negocio de la televisión privada se lo reparte desde hace lustros un duopolio de dos compañías, que gozan de una auténtica bicoca económica. Una es propiedad de Berlusconi, que no parece exactamente un socialista. En la otra dominan importantes empresas de capital alemán y transalpino, que paradójicamente ha propiciado en sus cadenas españolas el nacimiento y auge de Podemos. Estas anomalías se deben a que esos propietarios no tienen más vinculación con nuestro país que extraer dinero de él ofreciendo a los españoles puro circo (político y cardíaco).

Una manera de mitigar esta situación sería contar con una televisión pública estatal más o menos neutral y centrada en fomentar la cultura española, nuestro idioma y nuestra creación. Tampoco es el caso. TVE se ha convertido en un ministerio más de Sánchez, como el CIS, y llega al extremo de rescatar a presentadores hooligans del «progresismo» que han fracasado previamente en las cadenas al rojo vivo por pasarse de vueltas. El resultado es que la audiencia de TVE ha declinado, porque al menos la mitad de los españoles todavía no comparten lo que aspira a imponerse como el pensamiento único. Además, la calidad periodística se ha degradado, porque más que informar lo que se pretende es predicar una ideología (por ejemplo, jamás verán en TVE a alguien argumentando contra el aborto).

Un aplauso para Eduardo Serra por no permitir que lo empleen como tonto útil en el circo de la manipulación. Si más próceres lo imitasen, tal vez mejoraría un poco el rigor de nuestras televisiones. Pero por desgracia cada vez hay más sofistas ávidos de micro y eco y menos pensadores consecuentes.