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Memoria políticamente incorrecta

Lo más triste fue la intervención de Isabel Díaz Ayuso. Una vez que se ha ganado incontestablemente no tiene sentido seguir buscando la confrontación. El deseo de venganza cuando Casado está casi muerto políticamente y García Egea está enterrado no tiene ningún sentido

Confieso sin pudor que tuve militancia política mientras estudiaba mi carrera y hasta los 23 años en que entré a trabajar en ABC en 1989. Me di de baja entonces porque creía incompatible militar en un partido y ser periodista. En el Congreso de Alianza Popular de enero de 1987 en el que se enfrentaron Antonio Hernández Mancha y Miguel Herrero de Miñón, yo aposté activamente por el primero. Un íntimo amigo mío, Federico Trillo-Figueroa, estaba en las huestes de Herrero. Ni por esas me convencieron. (Comprendo que esta parte de mis memorias que voy a evocar es políticamente incorrecta, pero algunos no hemos sido nunca de izquierdas, con perdón. Aunque últimamente empiezo a creer que yo puedo ser visto como tal por comparación con ciertas personas).

Dos años después, en enero de 1989, Federico Trillo-Figueroa trajo a Fraga a hombros a retomar la Presidencia de Alianza Popular con Marcelino Oreja de la mano para ser candidato al Parlamento Europeo ese año. Recuerdo que el mío fue el tercero de los cincuenta avales de afiliados que necesitaba la candidatura de Fraga. Tuvo cientos. Ese mismo año me di de baja en el partido por las razones antes explicadas. Hago esta larga introducción para explicar que desde fuera de la militancia y ya en el análisis político desde el periodismo, me volví a equivocar en junio/julio de 2018 tanto como lo había hecho casi treinta años antes. En la vida no se aprende tanto como uno cree.

En el anterior congreso del PP yo creí claramente que la única alternativa posible era Pablo Casado. No dudaba de la capacidad de Soraya Sáenz de Santamaría, pero creía que en ese momento el PP necesitaba pasar página y empezar un nuevo capítulo en su historia. Y eso a pesar de que un fraternal amigo mío formaba parte de su candidatura.

Cuando ayer escuché el discurso de despedida de Pablo Casado ante la Junta Directiva Nacional del Partido Popular, me vino a la cabeza el Pablo Casado del verano de 2018 que me subyugó. Era el discurso de un idealista que conseguía insuflar ánimos. Ayer era un derrotado, claro, pero enunció muchos de los principios que le hicieron ganarse tantos apoyos. Me evocó aquellos días de vino y rosas. Y con esas palabras Casado demostró también que se había traicionado a sí mismo. Ya no era el mismo. Y los principios de concordia que intentó traer al PP los traicionó sin matices en la entrevista con Carlos Herrera. El mayor error de su vida. Un error al que es imposible sobrevivir políticamente. En esa entrevista con Herrera y en la Junta Directiva Nacional, Pablo Casado ha repetido que él no merece lo que le ha caído encima y que nunca a nadie le ha pasado lo que a él. Haga memoria, señor Casado. Me permitirá que le recuerde que Adolfo Suárez hizo bastante más que usted por España, por la Transición y en el golpe de Estado. Y le cayó la del pulpo que no ha llegado a padecer usted. Hay que tener un poco de amplitud de miras.

Lo más triste, para mí, de la Junta Directiva Nacional del PP de ayer fue la intervención de Isabel Díaz Ayuso, cuyas palabras no fueron transmitidas en directo, pero sí narradas por diferentes asistentes. Una vez que se ha ganado incontestablemente no tiene sentido seguir buscando la confrontación. El deseo de venganza cuando Casado está casi muerto políticamente y García Egea está enterrado no tiene ningún sentido.

Cuando Fraga retomó el poder en Alianza Popular en 1989, el partido no tenía alternativa en su espectro ideológico. El Partido Popular sí la tiene hoy. Y no son pocos los estudios demoscópicos que sitúan a Vox por delante del PP en este minuto del partido. Si no son capaces de entender que es imprescindible reconstruir una alternativa de Gobierno contando con una realidad que está ahí para quedarse y que se llama Vox, tendremos Sánchez más años de los que tuvimos Felipe González. Y España no lo aguantará.