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La escuela sanchista

Si algo ha demostrado Sánchez es que, en las peores circunstancias, sabe aprovechar el momento para perpetrar sus medidas más escandalosas

El nuevo currículo escolar aspira a que los niños de España tengan las mismas luces que Adriana Lastra, pero en una posición bien distinta: ellos abajo, balando; ella arriba, con la vara de cerezo controlando al rebaño en nombre del señorito Iván, el patriarca de esta triste versión educativa de Los Santos Inocentes.

De todos los desvaríos ideológicos que perpetra el Gobierno desde sus albores, ninguno supera al que trata de imponer por tierra, mar y aire en la escuela: la LOMLOE de Isabel Celaá, mercenaria de Sánchez premiada con un sorprendente puesto en el Vaticano, fue el inicio de un proceso de colonización de las mentes infantiles resumido en su mítica frase: «Los niños no son de sus padres».

Y, a partir de ahí, todo ha sido un convoy de tanques sanchistas marchando hacia colegios e institutos con las reservas de misiles repletas hasta las trancas y el objetivo deplorable de adaptar a los pequeños al canon político del poder establecido: fuera los padres; fuera la espiritualidad; fuera la pluralidad; fuera la vida.

Ahora hemos sabido que el PSOE quiere implantar también una asignatura de «Educación cívica» que, en síntesis, intercambia aprobados por sometimiento: si no piensas demasiado, chaval, avanzarás de curso a cambio de entregarnos tu voto llegado el momento oportuno. Ya te avisaremos con una paguita de 400 pavos.

En nuestro tiempo, el peligro en la puerta de la escuela lo representaban hombres que nunca vimos con caramelos que nunca nos ofrecieron. Ahora lo encarnan delegados del PSOE con un dulce mucho más venenoso que aspira a adormecer toda conciencia libre para encerrarla en una prisión ideológica monocolor.

A esa asignatura, que añade otra palada de tierra sobre la tumba de las humanidades, le intentan añadir otra cuyo nombre provisional es «Educación fiscal» que revela, finalmente, todas las trampas en marcha: no solo quieren a los niños doblegados; también los quieren sonrientes cuando Hacienda les quite la mitad de su trabajo precario para pagar, en nombre de la sanidad o la educación públicas, las onerosas retribuciones de la tropa de enchufados que actúan como los bomberos de Farenheit 451 y queman toda sombra de disidencia y pensamiento libre.

Si algo ha demostrado Sánchez es que, en las peores circunstancias, sabe aprovechar el momento para perpetrar sus medidas más escandalosas: aprobó la eutanasia en plena pandemia; cambio la Educación en medio del confinamiento y ultima la nueva ley mordaza –ésta lo es de verdad– con la guerra de Ucrania en su cénit.

Gabriela Mistral decía que la educación es la forma «más alta de buscar a Dios». Pero viendo su sometimiento a mera herramienta de una ingeniería social capciosa, quizá haya que recomendarle a los niños a Mark Twain, cuando dijo aquello de que nunca permitió que la escuela –la escuela sanchista– entorpeciera su educación.