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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Feijóo y los niños con taconcitos y coletas

Mejorar la pésima gestión del sanchismo es crucial, pero además un líder de la derecha ha de confrontar con el plan ideológico de la izquierda

Actualizada 16:25

La ideología que preconiza nuestro Gobierno de socialistas y comunistas se ha convertido en una lluvia fina –o no tan fina– que va empapando a toda la sociedad. Nunca debe desdeñarse la maestría de la izquierda a la hora de inculcar sus dogmas hasta en la sopa. En días pasados, tuvimos noticia en la redacción de El Debate del enorme enfado de unos padres con una escuela municipal infantil de Madrid, a donde acude su niño de tres años y medio. Su queja estribaba que el centro, de gestión privada, estaba adoctrinando a los pequeños en los mantras de la ideología «de género». Se encontraron con que su niño varón llegaba de la guardería a casa con coletitas, que le hacía una profesora, y descubrieron que en clase lo vestían con tacones y collares, a fin de que se fuesen sacudiendo estereotipos dañinos. En el aula había niños y niñas, pero los docentes se dirigían a todos como «vosotras» y trataban a los chavales en femenino. En Estados Unidos este tipo de adoctrinamiento está creando ya serios problemas de identidad a algunos críos, con trastornos de conducta que complican sus vidas presentes y futuras.

Cuando invitamos a esos padres a contar en El Debate el problema que tan preocupados los tenía, se negaron, por temor a represalias (a que «el niño se vea señalado»). Por esa misma razón nos rogaron que no publicásemos nada. Esa reacción muestra algo: en nuestra sociedad empieza a existir miedo a denunciar los dogmas del mal llamado «progresismo», o a apartarse de ellos. La lluvia fina es constante. Están ganando ya la batalla del lenguaje, que es siempre la primera trinchera, y muchos políticos de partidos de centroderecha empiezan a utilizar el género inclusivo y se pliegan de manera acomplejada a las exigencias de la corrección política. En Clan, el canal infantil de TVE, la televisión pública que pagamos todos con nuestros impuestos, una sexóloga transexual instruye a los niños sobre sexualidad –ya se imaginan cuál– y los ayuda a distinguir entre «homosexualidad, bisexualidad, transexualidad y pansexualidad».

Todo esto ocurre en un país donde se están reformando las leyes educativas para convertir las aulas en una fábrica de «progresistas», como hizo el pujolismo con la escuela nacionalista. Un país donde se va a imponer por ley una lectura obligatoria y única de la historia, so pena de sanción. Un país donde se está deteriorando aceleradamente la calidad democrática de las instituciones (véase la barbaridad que acaba de hacer el Tribunal de Cuentas con las fianzas de los golpistas catalanes); y donde sufrimos a un Gobierno empecinado en fomentar la subcultura de la muerte.

Por todo ello, está muy bien que Feijóo ofrezca una gestión mejor que la del sanchismo, lo cual es urgente (y no muy difícil, dado el recital que estamos sufriendo). Al nuevo líder del PP lo avala también el hito de sus cuatro mayorías absolutas consecutivas, algo que ningún político europeo ha conseguido en este siglo, por lo que era absurdo que su partido lo tuviese en el banquillo a efectos nacionales. Pero las esperanzas que suscita su liderazgo –pues sin duda es un candidato electoral de mucho más tirón que Casado– se quedarán cojas si olvida que hay política más allá de la gestión. Aquí se está produciendo un profundo debate de ideas, que decidirá cómo va a ser la faz de la España del futuro. Y si el líder de la derecha no está presente ahí, si no confronta con la (falaz) superioridad moral de la izquierda, su etapa se quedaría en pan para hoy y hambre para mañana.

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