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¿T-4? Aeropuerto Pasionaria. ¿Reina Sofía? Museo Belén Esteban

Tras el hito de la estación Almudena Grandes animamos a seguir avanzando, queda mucho por corregir del traumático legado heteropatriarcal…

A comienzos de los noventa, cuando todavía no sabía muy bien quién era Richard Rogers, me asombraba al viajar a Londres su edificio Lloyd’s de la City, inaugurado en 1986. Aquellas oficinas, que parecían salidas de una escena de Blade Runner, revelaban todas sus tripas, manteniendo al tiempo una vanguardista elegancia. Andando los años pude ver el Lloyd’s por dentro y me volvió a asombrar la imaginación del arquitecto inglés, fallecido en diciembre.

Me acordé de Rogers al volar desde su terminal T4 de Madrid, que está envejeciendo bien y mantiene ese dificilísimo equilibrio entre la arquitectura espectáculo y una cierta ilusión de intimidad, con ese aire de gran cueva ondulante de bambú y metal amarillo. Pero a pesar de la majestuosidad del aeropuerto me sentí incómodo allí. Deambulaba por sus amplios espacios presa de un malestar inaprensible. Hasta que me di cuenta de la razón de mi desasosiego: era el nuevo nombre que le han puesto al aeropuerto, Adolfo Suárez. Ya sé que ese señor fue un formidable artífice para el establecimiento de nuestra democracia. Ya sé que junto a Juan Carlos I, el desterrado, resultó crucial en la extraordinaria obra de reconciliación de la Transición. Pero todo eso debe quedar anulado y olvidado ante dos baldones: el primero es que fue secretario general del Movimiento y el segundo, muchísimo más grave todavía, es que Suárez era un tío, un gachó, ¡un hombre! (y además fumaba Ducados). Así que espero que la magnánima Democracia Orgánica de nuestro providencial presidente feminista, anticlerical y ecologista, el preclaro Timonel Sánchez, corrija presto el desaguisado y Barajas pase a llamarse oficialmente Aeropuerto Pasionaria (o por lo menos, Terminal Teresa Fernández de la Vega). Sí, en efecto: ambas fueron dos sectarias de legado nulo. Pero presentan dos valores indelebles y que están por encima de todos y todas: eran de izquierdas hasta la obcecación mental y nacieron mujeres. Y con eso sobra.

El Timonel Sánchez, cuya lamparita en la Moncloa nunca se apaga, pues trabaja día y noche por nosotras y nosotros y para corregir nuestros rancios estigmas conservadores, ya ha arreglado el problema de la estación de Atocha. A partir de ahora llevará el nombre de la autora de Las edades de Lulú, la súper progresista Almudena Grandes (escritora de la que nadie se acordará dentro de veinte años y que ha sido menos leída por los españoles que, por ejemplo, mi compañero Alfonso Ussía, ¡pero imagínense que un Gobierno de derechas hubiese bautizado Atocha como Estación Ussía!, sería el fin del mundo en las teles coloradas).

Puedo anticipar desde aquí, en rigurosa primicia, que los ministros Iceta y Bolaños –que no son tías, pero nadie es perfecto– trabajan ya para que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía pase a llamarse Centro Plurinacional Belén Esteban de Creatividad Pop. Era un paso necesario. Lo de «Nacional» podía molestar a nuestros socios en la coalición de progreso, los ponderados demócratas Oriol y Arnaldo. Y, al adoptar el nombre de Belén Esteban, el Estado protector del Timonel Sánchez pasa a homenajear a una auténtica «princesa del pueblo», en lugar de a una que recibió el título por siglos de herencias heteropatriarcales.

Pero no vamos a quedarnos ahí. El Museo del Prado se convertirá en Museo de la Pradera. La Carrera de San Jerónimo, donde se encuentra el Parlamento, será liberada de tan vetusta y clerical denominación y pasará a llamarse Carrera de Leire Pajín, en homenaje a nuestra primera diputada que tuvo el acierto de hacer trampillas en su currículo educativo, como el propio Timonel Sánchez haría más tarde. El Senado será desde ahora la Cámara Pilar Rahola, pues se trata de una tertuliana híper locuaz, como los propios senadores, y además es catalana, con lo que el cambio supondrá un constructivo guiño hacia el Estado plurinacional que está construyendo nuestro presidente. El Palacio Real pasará a Palacio de Todas y Todos. Al Rastro lo llamaremos Las Rastas, en guiño a los inmigrantes jamaicanos que hayan podido llegar a Lavapiés y al uso de los petas como esparcimiento recreativo. La plaza de Colón se convertirá en el Ágora LGTBI. A la Cibeles la dejaremos estar, por tía y por griega, y la plaza de España será la de la Nación de Naciones. Por último, abriremos de inmediato una mesa de diálogo bilateral España-Real Madrid para que el nuevo Bernabéu de Florentino lleve el nombre por el que clama toda España: Coliseo Multiusos Presidente Sánchez Pérez-Castejón.

¿Una coña? Bueno, Atocha ya se llama Estación Almudena Grandes. Una esforzada escritora, sí, pero que tampoco era precisamente Jane Austen y que se distinguió en vida por señalar como apestados a todos los que no compartían sus creencias políticas (lo cual induce a pesar que su figura no será muy apreciada por la mitad de los viajeros que pasarán por la estación ferroviaria que ahora llevará su nombre). ¿Qué está pasando? Pues lo de siempre: quieren introducir una determinada ideología con calzador y hasta en la sopa, con el objetivo de convertirla en el pensamiento único obligatorio. Y les dejo ya, que estoy en La Coruña, ha salido el sol y me voy a pasear hasta la Torre María Casares (antaño Torre de Hércules).