La maquilladora de Moncloa
Antes de Putin, España ya era el país de Europa con más niños pobres, solo superada por Bulgaria y Rumanía
Ha llamado la atención el descubrimiento de que, en los Presupuestos Generales del Estado, aparece en un rincón una partida de 30.000 euros destinada a contratar un servicio de maquillaje para Pedro Sánchez y sus ministros.
Podría parecer en principio una gran cantidad, pero viendo el cúmulo de desperfectos y cuerpos gloriosos amontonados en el Gobierno y sus inmediaciones; se le hace a uno pequeña: solo en reparar la deformación facial del presidente, tras haber sometido su rostro a sesiones intensivas de endurecimiento, esa cifra se antoja insuficiente.
No digamos si el servicio incluye atender a Yolanda Díaz, necesitada de toneladas de maquillaje para esconder que, cuando habla como piensa, es una hija de Putin con trienios de experiencia y lealtad sobrada a las ideas quinquenales.
Imaginar al pobre servicio de maquillaje de Moncloa en una reunión del Consejo de Ministros equipara la dureza del trabajo a la de los gremios más castigados: los oledores de cuerpos, claves para comprobar el rendimiento de un desodorante en una piel sometida a la jornada de un autónomo; los limpiadores de desechos de baños portátiles o los amanuenses recolectores de esperma en granjas y zoológicos, tal vez los más sufridos de todos ello.
En esa liga juega la maquilladora de Moncloa, sin complementos de peligrosidad cuando, además de al presidente, ha de tratar a los ministros de Podemos para intentar tapar sus vergüenzas, tarea imposible en el caso de que una nueva crisis aupara a Echenique al Gabinete: ni todos los desvelos de L’Oreal, Estée Lauder y Chanel podrían camuflar la mugre que recubre al personaje, viva prueba del fracaso de esa máxima que aconseja devolverle a la sociedad lo que la sociedad te ha dado a ti.
La contratación de un servicio de maquillaje ofrece, al fin, una metáfora perfecta del sanchismo y de sus políticas, sustentadas en una negación de los estragos con capas infinitas de rímel y colorete que le permiten disimular las ojeras de España.
La guerra va a ser, ya está siendo, el penúltimo potingue del presidente para esconder el fracaso sistémico de sus políticas, sean sociales o económicas: antes de Putin, España ya era el país de Europa con más niños pobres, solo superada por Bulgaria y Rumanía; el de mayor paro femenino y juvenil; el de mayor pérdida de PIB y menor recuperación económica y el único que, con ese siniestro encima, se atrevía a gobernar en coalición con comunistas e independentistas.
Ucrania le va a dar al presidente, y a su horrible Gobierno, la penúltima coartada para culpar a un enemigo verosímil de los efectos de su incesante sucesión de negligencias, que ya eran públicas desde el mismo instante en que llegó a Moncloa en 2018: desde entonces hemos sufrido una crisis, una pandemia y una guerra, bien es cierto, pero la plaga era y seguirá siendo él.