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Orgullo de Madrid

Con la ocurrencia de añadir al nombre de la estación de Atocha el de la escritora Almudena Grandes se ha montado un pitorreo bastante divertido

Con la chistosa ocurrencia de añadir al nombre de la estación de Atocha el de la escritora Almudena Grandes se ha montado un pitorreo nacional bastante divertido. Una aguda letrada sevillana, Mar Díaz, ha propuesto en Twitter la creación del «Centro de Estudios Superiores Adriana Lastra», abriendo un hilo de ideas interminable. «Tercio de la Legión Carles Puigdemont», y «Ballet Nacional Miquel Iceta», entre otras proposiciones populares. Algunas, no exentas de humor negro, tan español, como el de bautizar al circuito automovilístico del Jarama, «El Jarama-Pablo Echenique». Como nos estamos volviendo tarumbas, otro usuario propone el urgente establecimiento en la sierra de Madrid, con su sano y limpio aire azul del Guadarrama, del «Hospital/ Hospitala/ Hospitale Psiquiátrico/ Psiquiátrica/ Psiquiátrique Irene Montero», que podría ubicarse en las inmediaciones de la «Residencia de Menores Tuteladas Mónica Oltra», si bien se aconseja que dicha Residencia habría de desplazarse a la provincia de Valencia para ser inaugurada por Ximo Puig. El «Museo Balenciaga-Pilar Rahola» podría compartir sedes en Madrid, Irún y Barcelona. La Real Academia Española pasaría a denominarse Real Academia Española-Anabel Alonso, cambiando sus siglas «RAE» por «RAEAA» que le otorga mayor empaque.

Esta propuesta conlleva la necesidad de la urgencia, con el fin de aprobarla con anterioridad a la publicación de la próxima edición del Diccionario de la Lengua Española, que si no yerro, sería la vigésimo cuarta, después de sus 308 años de vida, nacida durante el reinado del monarca más apreciado por el separatismo catalán, Felipe V, impulsor y creador de los Mozos de Escuadra.

Sucede que la ministra Raquel Sánchez no ha calculado bien la grandeza de su sabia y justa ocurrencia. La estación ferroviaria más importante de Madrid es poco para homenajear la memoria literaria de Almudena Grandes, cuya obra principal Las Edades de Lulú podría haber sido escrita en el Siglo de Oro de nuestra literatura. Ahí es nada. En su maravilloso libro Historia de Madrid, escrito e ilustrado por su autor, Antonio Mingote, que por su condición de varón no merece estaciones, se inserta a toda página un dibujo admirable. En el dibujo aparecen algunos de los personajes que podrían coincidir en cualquier plazuela del Madrid de los primeros años del siglo XVII, ninguno de ellos digno de dar su nombre a una estación de ferrocarril. El Conde de Villamediana, El Greco, Pacheco de Narváez, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Juan Ruiz de Alarcón, Félix Lope de la Vega Carpio –en versión resumida, Lope de Vega–, Miguel de Cervantes, Tirso de Molina, y pasando entre todos ellos de la mano de una fámula joven y altiva, el niño Pedrito Calderón de la Barca. Es decir, más o menos lo que cualquier madrileño se puede encontrar en los alrededores de la sede de Podemos después de una reunión de sus dirigentes. En su totalidad, con nombres y méritos artísticos y literarios insuficientes para dar sus nombres y apellidos a una importante estación. «La Vida es Sueño», «Don Quijote de La Mancha», «El Entierro del Conde de Orgaz», «Fuenteovejuna», «El perro del Hortelano», la Poesía de Quevedo, Góngora y Villamediana… no alcanzan, sinceramente, la calidad y hondura literaria de Las Edades de Lulú y los artículos de Almudena Grandes en El País, en uno de los cuales describía magistralmente el posible gozo de una monja mientras era violada por un miliciano sudoroso en plena Guerra Civil.

Un gran acierto, el de la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, que tras su fallecimiento –que espero y le deseo lejano–, alegrará y adornará con su nombre el Museo Del Prado-Raquel Sánchez para orgullo de Madrid.