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De qué va realmente el ritual del 8-M

Mi mujer, mi hermana, mi madre o mis compañeras de trabajo se chotearían si les dijese que Irene Montero, Ione Belarra y Carmen Calvo van a liberarlas

Muchas de las averías que soportamos en España comenzaron con un tipo de mirada glauca, grata sonrisa, seductora voz grave y un supuesto talante abierto y cordial. Hoy sabemos que aquella fachada era un trampantojo. En realidad se trataba de un sectario de entraña dura, hasta el extremo de que ahora ejerce de blanqueador de la dictadura de Maduro (que imaginamos que de algún modo se lo agradecerá, pues nadie en su sano juicio se lanzaría a defender un régimen tan infame solo por amor al arte).

Zapatero fue el iluminado que reabrió la caja de Pandora del separatismo e inició el programa de ingeniería social «progresista» que hoy nos empacha. Llegó al poder contra pronóstico en 2004, ayudado por una maniobra turbia de Rubalcaba, que manipuló electoralmente el dolor de un país ante un demoledor atentado. Ya instalado en la Moncloa, Zapatero se encuentra con que Aznar le ha dejado una España bien encarrilada económicamente. El flamante presidente llega entonces a una conclusión infantiloide: la economía irá perpetuamente bien, ya no es el problema, así que tengo que buscar nuevos terrenos con los que subrayar la diferencia entre PSOE y PP. Y lo que se le ocurre para marcar ideología zurda es cuestionar la unidad nacional, legislar a favor de la subcultura de la muerte, recuperar unas gotas de rancio anticlericalismo, iniciar una monserga constante de victimización de las mujeres y los homosexuales y reabrir las heridas ya cicatrizadas de la Guerra Civil.

Sánchez no es más que la continuación ya totalmente amoral de aquel programa. En esencia, el plan consiste en un tenaz lavado de cerebro, a ratos sutil y a ratos a caño abierto, para intentar mudar la mentalidad de los españoles y plegarla al canon de lo que se ha dado en llamar «el progresismo». Ese programa cuenta incluso con sus actos festivos, como las marchas del Orgullo Gay y las del 8-M, convertidas en las fiestas patronales del izquierdismo.

Todos compartimos que las mujeres tengan los mismos derechos y oportunidades que los hombres, es algo elemental. Pero que el 8-M no va realmente de eso. Su auténtico objetivo es predicar las obsesiones de la izquierda sobre las mujeres y los hombres, convirtiéndolas a ellas en víctimas y a ellos en una suerte de orangutanes que las machacan. Y eso simplemente no es así. Ni la mujer es débil y está indefensa, ni el hombre es per se un maltratador. Por supuesto que la situación de las mujeres puede y debe mejorarse. Pero ello no debe llevar al extremo de pintar una España tenebrosa para el sexo femenino, como si viviésemos en el mundo islámico, donde en muchos países sí se ven relegadas a un papel gregario. El nuestro es uno de los mejores países del mundo para ser mujer, esa es la verdad políticamente incorrecta. Su éxito académico y profesional resulta sobresaliente y cada vez mayor. Ocupan, como es normal y natural, puestos de relumbrón de toda índole. Realmente no son para nada las víctimas oprimidas de los mantras de la izquierda. De hecho ese cliché ofende a muchísimas mujeres.

Si me atreviese a decirle a mi mujer, a mi hermana, a mi madre o a mis compañeras de trabajo que ellas son personas oprimidas por razón «de género» y que van a ser liberadas por Ione Belarra, Irene Montero, Carmen Calvo y las activistas LGTBI del Ministerio de Igualdad, lo que recibiría sería un buen choteo (o directamente un exabrupto). Las mujeres no necesitan la muleta demagógica de la izquierda doctrinaria. Más bien les sobra.

(PD: Entrañable nuestro Sánchez con su sermón feminista anual al hilo del 8-M. Ya metido en faena, podría explicar por qué su círculo íntimo de poder está formado siempre por gachós, primero Iván Redondo y Ábalos, y ahora Bolaños y Óscar López. Al final, pandi de chicos. Feminismo de cartón piedra).