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Romeras enfadadas

El año que viene, serán 20.000 en lugar de 40.000. Y en dos años, alquilarán un auditorio para acomodar a las mil asesoras resistentes

Las manifestaciones del feminismo sexual, abortista y bastante histericoide ya no son lo que eran. Mengua considerable de manifestantes, y mal avenidas. En Barcelona, las dos manifestaciones coincidieron en un punto de la ciudad y se liaron a piñas y bofetadas. Esas manifestaciones convocadas por Podemos y el PSOE desde el poder, llegaron a sumar 300.000 cuerpos. Las del 8 de marzo en Madrid, apenas lograron interesar a 40.000 personas, es decir, 20.000 a sueldo del dinero público como asesoras de Irene Montero y otras 20.000 de los socialistas. Jugaron las ministras que conllevaban la pancarta al «apuchí apuchá» mientras entonaban majaderías, Irene Montero fue abucheada por un amplio sector del feminismo, y aquello, más que una manifestación, se convirtió en una romería. Lo dijo un dirigente del Carlismo un año de escasa afluencia a Montejurra. «Lo nuestro se ha convertido en una romería». Pero no en una romería como la de Almonte a venerar a la Virgen del Rocío, que reúne cada año a más de un millón de creyentes. En una romería de gaitas y pulpo, locales, vistosas pero nada más.

A Pío Cabanillas Gallas le divertía narrar su experiencia con Fraga Iribarne en una campaña electoral en Galicia, cuyas elecciones se celebraron en las cercanías del verano. Día de viento sur, que en el norte de España agobia y aplana en época estival con un calor insoportable. Habían dado un mitin y se dirigían a otra localidad a repetir la representación. Iban desahogados de tiempo. Vestidos con traje, camisa y corbata. De golpe, el remanso de un río. Aguas azules y frescas. Fraga preguntó a Cabanillas: «¿Nos damos un chapuzón, Pío?»; Pío puso algún reparo técnico: «No tenemos traje de baño»; «No hace falta. Aquí no hay nadie. Nos damos un chapuzón en porretas y nos refrescamos». El conductor llevó el coche fuera de la carretera hacia una sombra. El escolta en pie, vigilaba. Y don Manuel y don Pío en pelotas se dieron el chapuzón.

Pero Galicia en los meses cálidos es muy peligrosa. Siempre hay romerías. Y se oyeron sones de gaitas que se aproximaban. De golpe, de los árboles y arbustos ribereños, camino de un prado hospitalario surgieron los romeros.

Fraga ordenó al escolta y al conductor que abrieran las puertas traseras del coche. «Pío, a la de tres, a toda pastilla, hacia el coche», y mientras lo decía, se tapó con las manos sus partes viriles, mientras Pío con las suyas ocultaba su rostro. «Así, Manolo, que por la fuchinga nadie te va a reconocer». Y con los rostros ocultos escaparon de los romeros, mucho más interesados en condimentar los pulpos que en identificar a los nadadores nudistas que se tapaban el rostro.

Las manifestaciones del feminismo cada año que transcurre son más birriosas. Tanto anuncio para tan poca gente. Irene Montero no se esperaba ese abucheo. Las podemitas divididas y las socialistas dando saltitos al ritmo marcado por Begoña Gómez, que es la que manda. Al paso que llevan, en unos años no llenan ni una sala del Círculo de Bellas Artes. Veinticinco millones de mujeres en España pasan de esa tontería. Y muchas de ellas, mientras las locuelas se manifiestan, ellas trabajan. Cuando el feminismo se convierte en una profesión enfermiza y obsesiva, pierde la razón que tiene el feminismo auténtico. La gran enemiga de los hombres es ministra de no se sabe qué gracias a sus relaciones con un hombre que la impuso en el Gobierno. Resulta contradictorio. El año que viene, serán 20.000 en lugar de 40.000. Y en dos años, alquilarán un auditorio para acomodar a las mil asesoras resistentes.

Más que manifestantes, romeras enfadadas.