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Pues a mí la que me asusta es Adriana

El chaval de Vox en Castilla y León fue un estudiante brillante, habla tres idiomas, trabaja en un bufete y es un deportista de éxito. ¿Lastra? Cero patatero

Tal y como era de esperar, PP y Vox han llegado a un acuerdo en Castilla y León. Es lo normal y razonable, pues ese pacto no hace más que cumplir la libre decisión de la mayoría de los votantes de la región de que los gobierne la derecha.

Sí, por supuesto: en cuanto se conoció el acuerdo, el Orfeón Progresista comenzó a salmodiar su himno de cabecera, «¡Horror, la ultraderecha!», con melodramático hashtag en Twitter incluido (#PactoDelaVergüenza). Con evidente tono de denuncia, los noticiarios del régimen, que son casi todos, dedicaron amplio espacio a la grave afrenta: apocalipsis, ¡Vox en un Gobierno autonómico! El Telediario de La 1 de Sanchezvisión Española se estremecía ante la plaga verde (mientras minimizaba la noticia, ciertamente notable, de que Ayuso acababa de denunciar en la Fiscalía Anticorrupción varios contratos del Gobierno de Sánchez en la compra de mascarillas, figurando entre los presuntos beneficiados empresas relacionadas con el presidente y algunos ministros).

Pero el récord nacional de alarmismo con Vox lo batió la inefable Adriana Lastra, demudada, desolada cual Antígona en la tragedia de Sófocles. «La extrema derecha vuelve a los gobiernos 40 años después de la mano de Feijóo. Hoy es un mal día para Castilla y León y la democracia española», escribía la gran pensadora existencialista asturiana.

Me considero una persona más bien moderada. Aunque tengo mis filias y fobias, como todo humano, trato de hacer un esfuerzo por interpretar la realidad acorde a los hechos, aunque a veces no acierte. Y estoy sorprendidísimo, porque Juan García-Gallardo, ese chaval de Vox que ahora va a ser vicepresidente de Castilla y León, no me da miedo alguno. Lo que sí me provoca pánico es que una energúmena de la inanidad intelectual de Adriana Lastra haya llegado a número dos del PSOE. Hasta esa sima se ha despeñado el que antaño fuera el partido de Miguel Boyer, Paco Vázquez, Leguina o Javier Solana.

A Juan García-Gallardo solo lo he visto una vez. Fue en la redacción de El Debate, donde se le hizo una entrevista. Charlamos un rato y bajamos juntos en el ascensor. Me pareció una persona normal, agradable y que no decía nada estrafalario. Posteriormente he leído su currículo. Es un burgalés de 31 años, licenciado en Derecho por la Universidad Pontificia Comillas y con un par de distinciones por su desempeño universitario. Habla inglés y alemán y se defiende en francés. Fue campeón en concursos de oratoria y es un consumado jinete, campeón de hípica en su región. Por supuesto sabe lo que es trabajar, primero en un bufete internacional y luego en el de su familia. Se afilió a Vox hace solo dos años, siendo ya un profesional que curraba duro en la empresa privada.

¿Qué ha hecho Adriana Lastra, de 42 años, fuera de la política? Tal vez irse de cañas y cantar La Internacional. Pero en lo referente al aspecto laboral, no consta que jamás tuviese nómina en una empresa. Fue incapaz de terminar sus estudios de Antropología Social. A los 18 se afilió al PSOE, y a vivir. A los 28 años ya era diputada autonómica, luego saltó al Congreso, y chupando de la piragua hasta hoy. No sabe lo que es trabajar fuera de la política, más allá de echar una mano alguna vez en la panadería de sus hermanas.

Me he molestado en leer el acuerdo programático de Mañueco y García-Gallardo. Si se repartiese ese texto entre los votantes del PSOE de Castilla y León sin revelarles su autoría, estoy seguro de que un 80 % lo darían por bueno. No hay nada extraño, estridente o absurdo en lo que ahí se propone. Busco y rebusco, pero no logro encontrar la «amenaza ultra».

A mí lo que sí me inquieta es tener como número dos del partido que nos gobierna a una señora que cada vez que abre la boca sube el pan, que llegó al extremo de acusar a la oposición, en plena pandemia y desde la tribuna del Congreso, de estar preparando «un golpe de Estado» contra Sánchez. Y mucho me temo que lo que me ocurre a mí le ocurrirá cada vez a más españoles: lo que les asusta es Frankenstein, no Abascal. Resulta un sarcasmo que el «regresismo» promulgue «cordones sanitarios» antidemocráticos contra un partido con más de tres millones de votantes, mientras vive encamado con el exterrorista Arnaldo, el delincuente sedicioso Oriol y una caterva pop de ministros comunistas, incapaces de distanciarse de un Putin que está exterminando a inocentes a sangre y fuego.

(PD: Por cierto, se ha equivocado Casado yéndose, cuando ya no pinta nada, a criticar en la UE el acuerdo de su partido en Valladolid. Tuvo su oportunidad y la perdió por un absurdo ofuscamiento con Ayuso, así que por su felicidad personal y el bien de sus siglas debería pasar página cuando antes. Tiene su valía y la vida no se acaba por perder una poltrona).