Llámale burro a Donald
Hubo quien vio a tiempo que Europa se estaba convirtiendo en rehén de Putin (y desde luego no fue Merkel)
Como la envidia es endémica y hablar es gratis, resulta habitual en todos los órdenes de la vida poner a parir a quien ocupa un gran puesto. Tal desdén hacia la valía personal de los triunfadores es un error. Nadie alcanza puestos de altísimo relumbrón siendo un tarugo. Ahí está Sánchez. Comparto que es un maniobrero amoral de pésimo desempeño gubernativo. Pero no se le puede negar la inteligencia y el tesón que le han permitido llegar al poder y conservarlo. Algo similar ocurría con Trump. La caricatura de la izquierda –y parte de la derecha– lo pintaba como un perfecto orate (y ciertamente presentaba algunos rasgos erráticos; por ejemplo, los ministros le duraban menos que los entrenadores al Barça). Pero una persona que consigue hacerse millonaria, y más tarde gana el sillón más importante del planeta a contrapelo de todo el establishment, sin duda ha de tener algo poderoso debajo del tupé dorado.
En estos días en que Occidente se conmueve por la terrible guerra de Putin y sus consecuencias para nuestros bolsillos y nuestra seguridad, todo el mundo debería ver un vídeo que recoge la intervención de Donald Trump en una cumbre de la OTAN de hace cuatro años. Corre julio de 2018 y el presidente estadounidense aparece sentado en una mesa con su comitiva. Enfrente, rodeado por la suya, el noruego Stoltenberg, ya por entonces secretario general de la OTAN. Trump, sin alterar su voz, pero con énfasis, le suelta lo siguiente: «Es muy triste que Alemania haga un contrato enorme con una petrolera rusa, cuando se supone que tenemos que estar en guardia contra Rusia. Alemania paga miles y miles de millones de dólares al año a Rusia. Así que nosotros estamos protegiendo a Alemania, protegiendo a Francia, protegiendo a todos esos países, y ellos van y hacen un acuerdo de gaseoducto con Rusia, a la que están pagando miles de millones de dólares que van a las arcas rusas. Es decir, se supone que nosotros te tenemos que proteger de Rusia y tú vas y pagas miles de millones a Rusia. Es muy inapropiado. ¡El anterior canciller alemán es el jefe de la empresa del gaseoducto de suministro del gas ruso! Alemania tiene casi el 70 % del país controlado por la energía rusa. Dime, ¿es adecuado eso? Yo nunca habría permitido algo así. Alemania está totalmente controlada por Rusia».
Trump concluye su clarividente intervención de hace cuatro años demandando a Alemania que aumente su contribución militar a la OTAN, de solo el 1 % de su PIB, «porque es un país rico y puede hacerlo». Y recuerda que Estados Unidos aporta un 4,2 % de su PIB, que es mucho mayor, y que lleva décadas pagándole su defensa a Europa.
¿Qué decíamos los europeos por entonces (y en parte me incluyo)? Pues que Trump era un populista chabacano y que la gran genio de la política mundial era la siempre templada Angela Merkel. Hoy el tiempo va invirtiendo aquel juicio. Trump supo plantarse contra la amenaza de la mayor dictadura del mundo, la del Partido Comunista Chino, y además dio cancha al fracking para convertir a Estados Unidos en un país autosuficiente en energía. Mientras eso ocurría, Merkel se plegaba al coro verde y cerraba las plantas nucleares para entregarse al abrazo del oso del gaseoducto de Putin. Hacía gala así de una ingenuidad que hoy percibimos como casi letal y realmente asombrosa (otro día podemos hablar también de su confuso manejo de la crisis de 2008, cuando por la obsesión germana con la hiperinflación de Weimar apretó al principio innecesariamente a los países del sur de la UE con un exceso de rigorismo, para demostrar poco después que sí era posible abrir la mano y haberles evitado parte del dolor).
Europa se está despertando de golpe de su mística ecologista, que es bienintencionada –¿quién puede estar en contra de salvar el medioambiente?–, pero que energéticamente se está revelando como suicida para las economías europeas y como un calambre para los bolsillos de las personas. La situación es tan mala que ya se está hablando de medidas que evocan la dura crisis de los años setenta del siglo XX, como bajar la calefacción, no utilizar el aire acondicionado y encender menos la luz (la banquera Botín ya ha anunciado que ella pondrá el termostato a 17 grados en sus viviendas; imagino que tendrá buena chimenea de leña, lo que no es exactamente el caso del común de los mortales…). La energía verde, que es estupenda y debe ser fomentada, presentan dos problemas que no se suelen reconocer: si no llueve o no ventea se para y además no puede almacenarse. Es decir, no es segura para garantizar nuestras vidas, al no ser constante. No sirve para suplir al gas, que es la alternativa que eligió la verde Europa, lo que la hizo rehén de proveedores tan inquietantes como Rusia (43 % del total de la UE) o Argelia, que nos surte a nosotros. Francia se salva en parte por su apuesta políticamente incorrecta por la energía nuclear, vade retro para los políticos doctrinarios que hoy gobiernan en España.
Países como Reino Unido, que todavía posee algo de petróleo y gas en el mar del Norte, se preparan para una situación de emergencia. Boris Johnson presentará en los próximos días una alternativa energética de urgencia ante la crisis de Ucrania. Aquí, la prensa sanchista nos anunciaba extasiada este domingo que «todo el Gobierno, desde Sánchez a Nadia Calviño, Teresa Ribera, María Jesús Montero, Yolanda Díaz y el sector de Unidas Podemos, está concentrado en buscar soluciones para frenar el descontrolado precio de la energía». Lo leo y primero me río y después me dan ganas de emigrar mañana mismo a Nebraska... Y es que ha llegado el momento de la verdad para el Gobierno de la pose y la constante plomada ideológica, y mucho me temo que se va a cumplir aquella frase que rezongaba de vez en cuando mi abuelo: «El que con niños se acuesta, meado se levanta». En fin, miren a esta tropa y después llámenle burro a Donald…