Putin, el camarada de Iglesias
Putin es otro hijo de la ideología más criminal de la historia, la misma que excita a Iglesias: son dos camaradas soviéticos que se disfrazan en vano para disimular su origen y sus intenciones
Pablo Iglesias hace una cosa llamada La Base que supuestamente es rompedora: va, se sienta, le ponen un micrófono, se pone unos cascos y perora como si tuviera razón sobre todas las cosas y solo una estrambótica tara de la humanidad, inmune al preclaro zángano, se la negara incomprensiblemente.
Para consolidar su ego, desde cuya cima los suicidas podrían lanzarse como tantos en el viaducto de Bailén, un coro de tipos chachis secundan al orate y le empatan en esa risita de superioridad moral que luce toda esa izquierda autosuficiente.
La risa por el chiste propio o la idea ajena siempre ha sido el disfraz que el imbécil se pone para camuflar su inseguridad y, cuando es coral, se transforma en una terapia de onanismo colectivo imposible de reproducir en espacios externos: prueben los aludidos a pisar las calles que no conocen, los bares que no frecuentan y las tiendas que no visitan. Y suelten allí esas paridas, a ver qué respuesta reciben y qué terapia rehabilitadora de tímpanos requieren luego.
La Base ha estado estos días ocupada en desmontar el genuino impulso soviético de Putin para, en realidad, distanciar a Podemos de su evidente genoma bolchevique, un eslabón más de ese ADN con presencia chavista, comunista y populista que condiciona el Gobierno de España desde que en 2015 nos volviéramos locos y dejáramos a los niños meter la mano en las cosas de adultos.
Es curioso que se avergüencen de lo que son, de lo que han dado incesantes pruebas y de lo que han defendido públicamente hasta el hartazgo. Pero todavía es más curioso que lo hagan desde la intentona de cargarle el muerto a la derecha cuando uno de los suyos demuestra lo que son en realidad todos ellos.
En los dos últimos meses, solo dos partidos españoles se han negado formalmente, en sede parlamentaria europea, a enviar ayuda económica a Ucrania y a aumentar las sanciones contra Rusia: Podemos y Bildu, con el añadido folclórico ocasional de Izquierda Unida y de los Anticapitalistas, esa facción del Frente de Liberación podemita que se pega la vida padre en Bruselas en nombre del pueblo, pero sin el pueblo.
En ese mismo tiempo, Putin ha justificado la invasión de Ucrania en nombre de la «desnazificación», el mismo argumento esgrimido por Stalin para reconquistar el país hoy de nuevo masacrado cuando, en la Segunda Guerra Mundial, intentó lograr su independencia de la URSS aprovechando otra invasión de la Alemania nazi.
La retórica de Putin, su afán expansionista y su reiterado homenaje al papel de Moscú en el drama que asoló Europa entre 1939 y 1945, convertido en celebración nacional en Rusia, son tan indiciarias de su naturaleza soviética como la identidad de sus aliados, todos ubicados a la sombra de China y en el eje del mal bolivariano.
Hasta el nacionalismo de Putin, mirado con simpatía por indeseables como Salvini que también se fotografían con la señera del independentismo catalán sin ser por ello de ERC, forma parte de la tradición soviética.
Y no da para encasquetarle a la derecha, con un tirabuzón para ignorantes, la paternidad ideológica del sátrapa con el nombre de pila de Lenin cuya biografía, enemigos, objetivos y discursos responden fielmente al ideario clásico impuesto a hoces y coces desde la caída de los zares y la revolución de 1917.
Que Pablito y sus mariachis, reconocidos antiatlantistas y célebres porteadores de la bandera de la hoz y el martillo, se permitan linchar a periodistas y políticos por su inexistente cercanía a un tirano que pertenece a su ganadería, pone más difícil su redención: éste era un buen momento para que renegaran de sus pecados adolescentes; pero lo están utilizando para esconder sus camisetas de la URSS, sin tirarlas a la basura, mientras cacarean a los bobos que quieran oírles que Vladimir es una especie de Franco con acento curtido en Siberia.
No cuela: es otro de los monstruos paridos por la ideología más criminal de la historia. La que mueve a Putin. La que excita a Podemos. Y la que, con distintos adornos, camuflajes y variantes, se opone a Bruselas y a Washington y va ganando la partida.