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Heroísmo heredado

¡En dos ocasiones en apenas un mes, se ha negado a saludar al Rey! ¿Es posible mayor heroicidad?

Hay cargos institucionales que conceden eso que se llama el carisma. La heroicidad carismática también se hereda. Puigdemont, cuando era simplemente alcalde de Gerona, se limitaba a cumplir con sus responsabilidades municipales y pasar desapercibido fuera de los límites de Cataluña. Nadie adivinaba que bajo su sonrisa fácil, su cabello martirizado por una permanente tramontana, y su torso escondido a la manera de Wilfredo el Velloso, latía el corazón de un titán, de un héroe en ciernes. Y lo demostró con creces escapando de las temibles garras de sus perseguidores escondido en el maletero de un coche. Escribo dominado por la seriedad, no se confundan mis queridos lectores. Para recorrer más de un centenar de kilómetros encerrado en el maletero de un coche, hay que tener madera bizarra y resistencia de león. Un héroe en proyecto con heroicidad culminada, como fue el caso de Puigdemont, no siempre conlleva la molestia de ser conocido más allá de los límites de su nación. Y al superar la frontera de España con Francia, ya en suelo galo, el nuevo héroe abandonó el maletero y se acomodó en el asiento trasero del coche salvador, que tenía las lunas posteriores tintadas, por si las moscas. Y se estableció en Waterloo, en la antigua Flandes española, donde se recuerda con especial zozobra al Gran Duque de Alba.

Su heredero en la presidencia de la Generalidad de Cataluña fue don Joaquim –Quim– Torra, que tampoco había destacado por su heroicidad en lo que llevaba de vida. Pero heredado el sillón, heredó el carisma epopéyico de su antecesor. Su principal gesta, que le sirvió de reclamo de la admiración de toda Cataluña, fue la de atreverse a reconocerle al Rey Felipe VI que se sentía separatista y republicano. Aquello fue el despiporre. Un Presidente de la Generalidad de Cataluña, que se enfrenta al Rey de España y le suelta en sus narices semejante provocación susurrada. El Rey encajó el golpe, pero la herida le sangró en su interior. Se lo comentó a la Reina cuando se hallaron juntos en el helicóptero, que meses más tarde, le quitó el matrimonio Sánchez. «Leti, este Torra es un separatista valiente y decidido. Hay que tener cuidado con él».

Por desgracia para Cataluña, el heroico Torra dejó de ejercer su cargo. Abandonó el sillón de la presidencia de la Generalidad con millones de partículas titánicas. Y se sentó sobre ellas, después de haber ordenado que le cortaran las patas del sillón quince centímetros, con el fin de que le llegaran las piernas al suelo, otro republicano separatista que, inmediatamente, ya sentado sobre el almohadón complementario, sintió que por sus pies, sus piernas, sus glúteos, sus anchas espaldas y cruzando su estructura corporal hasta el corazón, le entraban cosquilleando su organismo, las invisibles moléculas de la heroicidad carismática. La herencia de los héroes. Lo del nuevo Presidente de la Generalidad ha superado toda proeza imaginable. Semanas atrás, se negó a saludar al Rey cuando Felipe VI acudió a inaugurar a Barcelona uno de los pocos congresos internacionales que le quedan. Y a la reunión del presidente del Gobierno con los presidentes autonómicos, llegó adrede con retraso para no estrechar la mano del Rey, que presidió los prolegómenos del acto, ni a posar en la foto junto a él. Cuando el Rey había abandonado el lugar, arribó el Muy Honorable Pere Aragonés, no por su interés de charlar con los presidentes de las autonomías, sino por la especial circunstancia de la invasión de Rusia a Ucrania, invasión que lleva en el alma con un doble sentido emocional. Está obligado a decir que Cataluña apoya a Ucrania, cuando en realidad, Cataluña –como se está demostrando–, le pidió a Putin dinero y soldados –chechenos, preferentemente–, para alcanzar la independencia. ¡En dos ocasiones en apenas un mes, se ha negado a saludar al Rey! ¿Es posible mayor heroicidad?

El carisma y el heroísmo se heredan. Y esta es la prueba.