Irene: urge prohibir 'El Quijote'
Consagra patrones heteropatriarcales, hace burla de la salud mental y fue escrito por un enemigo de los musulmanes. ¿A qué espera el Gobierno «progresista»?
Por fortuna, contamos con un Ejecutivo que vela por nosotros hasta en lo más recóndito de nuestra intimidad. Bajo el mando providencial del Timonel Sánchez, el «Gobierno progresista» está logrando que los ciudadanos y ciudadanas del Estado plurinacional, feminista, ecologista y trans vayamos entrando por la senda del correcto pensamiento. Pero para culminar esta hermosa tarea no basta con que lo fiemos todo a la labor del Gobierno benefactor. Cada una de nosotras y nosotros debemos de trabajar desde nuestra pequeña parcela para borrar para siempre los estigmas de un pasado imperialista, franquista y heteropatriarcal, y arribar así al paraíso del progresismo perpetuo.
Con ese afán, hago desde aquí mi contribución con un consejo para Irene Montero, tal vez la más activa paladín –o mejor, paladina– gubernamental en la lucha contra rancios estereotipos retrógrados. Mi propuesta es muy sencilla: Irene, hay que prohibir El Quijote ya. Nuestra avanzada nación de naciones no puede tener un libro así como su tarjeta universal de presentación.
Admirada ministra, nuestras «escolaras y escolares» no deben estudiar ni un día más ese libro, ni tampoco puede permitirse su venta en librerías. El protagonista, Alonso Quijano, es un machista falocéntrico empeñado en acosar a una mujer, Aldonza Lorenzo (a la que además zahiere con el ridículo alias de Dulcinea del Toboso). El libro hace mofa abierta de los problemas de salud mental, riéndose de las chifladuras del protagonista de manera políticamente incorrecta. La novela incurre en una apología constante de la violencia masculina, pues no hay lance que Don Quijote no intente resolver metiéndose en peleas. Existe también maltrato animal manifiesto, como cuando el hidalgo carga contra dos rebaños de ovejas que confunde con sendos ejércitos. La relación de Don Quijote y Sancho Panza da por bueno el vasallaje del sirviente hacia el amo, algo totalmente contrario al credo igualitario que propugna el Timonel Sánchez. El episodio en que Don Quijote derrota al «gallardo vizcaíno» puede dañar a nuestros valiosos puentes de entendimiento con Bildu y, sobre todo, con el PNV (pues no se olvide que los xenófobos hermanos Arana, los gloriosos fundadores del partido, eran también vizcaínos). Tampoco puede permitirse que el libro, la obra cumbre de la cultura española, tenga una de sus escenas estelares en Barcelona, pues ello podría llevar a equívocos y promover la fatídica tesis de que Cataluña siempre ha sido España.
Pero El Quijote no solo es peligroso por sus contenidos. Su autor también resulta muy problemático. Para mí que era de Vox. O peor. Estamos hablando de un militarista contrario a la Alianza de Civilizaciones, que combatió y fue herido en la batalla de Lepanto, donde las fuerzas católicas se enfrentaron a las naves progresistas del Imperio Otomano y las derrotaron. El tal Cervantes se encontraba aquel día indispuesto por unas fiebres, pero aún así salió a cubierta a luchar «por Dios y por mi Rey». Estamos, por tanto, ante un tipo que era católico y monárquico hasta el extremo de jugarse la vida por ello. Probablemente, era franquista ya cuatro siglos antes de Franco. Un fanático que tras estar cinco años cautivo de los musulmanes en Argel fue incapaz de tender puentes de «entendimiento multicultural» y seguía refiriéndose a sus captores como «el moro». Ni siquiera mejoró en su madurez, pues acabó de recaudador de impuestos atrasados, oprimiendo al proletariado del Sur. ¿Cómo se puede seguir estudiando en las escuelas y universidades la obra de semejante retrógrado?
Esperamos noticias en el próximo consejo de ministras y ministros. Si somos consecuentes con lo que promovemos a diario, El Quijote ha de pasar de inmediato al Índice de Libros Prohibidos. Y una última idea, por si ayuda a la causa: sería bueno sustituir los Quijotes de las bibliotecas públicas por ejemplares de Manual de Resistencia, como hizo Mao con gran éxito con El Libro Rojo, y de Las edades de Lulú, obra de la insigne hija predilecta de Madrid que dará nombre a la estación de tren de Atocha.
Y nada más, ministra, la saluda atentamente un humilde servidor del régimen progresista, que no quiere aparecer en las listas negras de periodistas disidentes.