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Del nacionalzapaterismo al nacionalsanchismo

Los 18 años de nacionalzapaterismo y nacionalsanchismo no reflejan la mayoría de edad de una política parvularia, sino la transformación de esa epidemia en una enfermedad endémica para la que no parece existir vacuna

El PSOE ha celebrado por todo lo alto el 18 aniversario del primer gran éxito de Zapatero, con un epopéyico mensaje en las redes sociales que por su interés reproduzco íntegro: «Una victoria histórica que trajo consigo grandes avances en derechos sociales y libertades a nuestro país. Hoy, este Gobierno sigue esa incesante senda de conquistas».

Ningún ilustre dirigente del socialismo actual ha intermediado con el autor del tuit para pedirle un poquito de por favor, de lo que se deduce que el partido está de verdad orgulloso de lo que hizo aquel presidente y de lo que hace el actual.

Descartado el arrepentimiento e ignorada la penitencia, resulta así imposible la redención: lejos de disculparse por el legado de Zapatero y pedir disculpas a quien le exija explicaciones; el PSOE encuentra en aquel presidente un espejo al que mirarse y un modelo al que imitar, a ser posible para mejorarlo.

Y eso ha hecho el sanchismo, que es el segundo trimestre de la asignatura troncal del zapaterismo: si el primero llevó a España al borde del acantilado económico; el segundo la ha empujado. Si uno sembró la semilla del populismo, el otro la dejó germinar desde dentro del Gobierno.

Y en esa línea de continuidad, interrumpida por dos cuatrienios de un PP desalojado antes y después a empujones y asaltos, aparecen la resurrección de Franco, la reapertura de trincheras guerracivilistas, la construcción educativa de un nuevo espíritu nacional y el maniqueísmo gazmoño que dibuja una España ficticia homófoba, xenófoba y machista para librarse de atender la España real de ruina, paro, depresión y pobreza.

Zapatero fue el responsable de infantilizar a España con un discurso asistencialista que elimina la primera condición del ser humano libre, que es la independencia. Y Sánchez ha perfeccionado ese proceso de intervención de la autonomía a cambio de una mala paga, de una pobre subvención o de un modesto subsidio.

Cuando la realidad tiró por la ventana a ZP, reciclado ahora en cheerleader de Maduro, quedó la sensación de que la digestión del zapaterismo sería larga y el riesgo de volver a la misma dieta, mínimo.

Pero llegó Sánchez, rodeando de nuevo las sedes de PP, que no aprende las lecciones de la historia y se deja mojar la oreja por el primer listillo: aquel 11M vimos a ZP auparse en Moncloa culpando a Aznar de un atentado cometido por yihadistas, con la torpe ayuda de un Gobierno abonado a la teoría de ETA; y 14 años después volvimos a ver a Sánchez poniendo otra bomba, con el comando De Prada dándole cobertura, para rodear el Congreso con Iglesias, Junqueras y Otegi haciendo de segundo, tercero y cuarto hermano Dalton.

Los 18 años de nacionalzapaterismo y nacionalsanchismo no reflejan la mayoría de edad de una política parvularia y patibularia, sino la transformación de esa epidemia en una enfermedad endémica para la que no parece existir vacuna en estos tiempos donde el poder crece en ritmo inversamente proporcional al adocenamiento de una sociedad con menguado sentido crítico. Zapatero nunca se fue. Está más fuerte que nunca.