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Escenas íntimas

Si hay intimidad, eso tan desagradable, que no se disfrace en escenitas de los años cincuenta. Para mí, que el director tendría que ser Mariano Ozores, y la serie digna del decenio del destape

La serie-documental-histórica y posiblemente erótica que se graba en la Moncloa con Pedro Sánchez de protagonista, me preocupa. ¿Quién es el autor del guion? Sánchez el Sol y Begoña la Estrella. ¿Un Up & Down a la española? Vamos a ver. Una escena de Pedro y Begoña paseando de la mano por los jardines de la Moncloa es una escena íntima. Pero no tan íntima como lo que tenemos conceptuado los españoles. Un piquito en los labios de Begoña a Pedro cuando éste, agotado por las mentiras del día, alcanza tambaleándose el salón privado del hogar presidencial, es una escena íntima, pero no tan íntima como lo que tenemos conceptuado los españoles, inmigrantes y saltadores de la vallas de Ceuta y Melilla. Una charla espontánea y sonriente, picarona como diría Tip, culminada con un cachete de Begoña en el culete de Pedro, mientras le dice –bruto, más que bruto, aunque me encanta que me digas esas cosas–, es una escena íntima, pero la ciudadanía pide más. La entrada del mayordomo en la habitación de los Sánchez un domingo por la mañana portando las bandejas cameras del desayuno, puede ser una escena íntima, siempre que el matrimonio que yace en el lecho se muestre en porretas, y no en camisón y pijama. Si ella se halla vestida de Eva y él de Adán, y al entrar el mayordomo ella sube la sábana hasta los hombros, como Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma puede ser calificada de escena íntima, pero altamente decepcionante. Creo que el guionista y el director de la serie harían bien en adelantarnos si las escenas íntimas van a constituir unas tonterías ñoñas o van a alcanzar la tórrida temperatura del Último Tango en París o Histoire d´O. Acomodarse en el sofá presidencial, servirse un whisky –el más caro, el de los «oligarcas rusos», y decirle a su mujer «qué ganas tenía de estar a solas contigo, gordi, porque no te puedes imaginar lo tontas y pesadas que son Irene Montero y Ione Belarra», mientras acaricia la nuca de Begoña, en plena inclinación de cabeza hacia su mano en señal de profunda admiración, es una escena íntima, pero sosa.

Los productores del extraordinario proyecto no pueden decepcionarnos.

Hay frases muy buenistas y progres que ella le debe decir en plena escena íntima para no decepcionar a los televidentes inmersos en la retroprogresía convencional. «Pedro, tanta Ucrania cansa. A las mujeres de progreso nos preocupa más la causa palestina»; «Pedro, creo que Yoly tiene razón. Lo importante es invertir en lo social, no en armamento»; «Pedro, como sigas abrazando a Meritxell Batet de esa manera, no entras en casa». «Pedro, papá está enfadado con nosotros. Llevamos tres meses sin invitarlo a Doñana». Eso, conversaciones íntimas, culminadas por una pregunta traviesa como colofón de la charla. «Pedro, ¿hoy… tampoco?».

La intimidad es un mundo aparte que ampara lo más aburrido o lo más excitante. El espectador no quiere aburrirse, y reclama la segunda opción de la intimidad. No cuenten con mi interés para seguir la serie. Los actores son buenos. Ella, por ejemplo, en las manifestaciones feministas da mucho mejor los saltitos que Carmen Calvo, que no es una cualquiera dando saltitos. Pero no me convence la niebla que cubre el desarrollo y desenlace del guion pactado. Una intimidad valiente puede ser motivo de gran éxito de público. Una intimidad censurada decepcionaría a sus futuros seguidores. La crítica favorable la tiene asegurada en sus medios de comunicación, que son todos exceptuando a El Debate y pocos más. Pero si hay intimidad, eso tan desagradable, que no se disfrace en escenitas de los años cincuenta. Para mí, que el director tendría que ser Mariano Ozores, y la serie digna del decenio del destape. Claro, que en esa pareja hay demasiadas cosas ocultas, y es mejor mantenerlas tapaditas.