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Sánchez busca detergente

Es tal la desenvoltura del personaje que ahora llama ultras a los huelguistas del transporte porque ve las orejas al lobo de la violencia sindical que él ha despenalizado

Pactar con Sánchez tiene un riesgo evidente: acabar hecho jirones arrostrando encima la mala fama de haber lavado con lejía sus trapos sucios. En sus múltiples versiones, el presidente se nos presenta ahora hecho un brazo de mar, un hombre de Estado que manda armas a Ucrania, aumenta el gasto militar o baja impuestos (aunque esto último habrá que verlo). Tanto le da pedirle apoyo a los que ha demonizado y colocado extramuros del mundo yupi en el que solo habita la izquierda, que humillar a sus hasta ahora impresentables costaleros.

Por eso, el PP de Núñez Feijóo, que no puede hacer otra cosa que ejercer de partido de Gobierno y, por tanto, tragarse más de un sapo del campeón de los trileros, tendrá que hilar muy fino –sabe hacerlo con largura el presidente gallego– para evitar que su vocación institucional no se proyecte como un gesto salvífico al pirata cojo de Sabina, dispuesto «a vivir otras vidas, a probarme otros nombres, a colarme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré». O sea, Sánchez.

Es claro que al jefe del Ejecutivo no le mueve un ataque inesperado de responsabilidad o de altura de miras: lo suyo se llama necesidad y oportunismo. Y bajo ese instinto de supervivencia cabe desde llamar plan nacional a lo que solo es un SOS para abordar los estragos de una guerra hasta ningunear con ese desprecio que solo él sabe desplegar a los que han sido sus amigos durante estos últimos cuatro años, afanados depredadores del Estado a los que coló en un caballo de Troya llamado moción de censura a Rajoy.

Ahora que necesita al PP, solo reivindica su legendario sectarismo atacando a Vox, al que envía a los brazos de Putin ignorando que en su Consejo de Ministros hay más cómplices del zar del KGB que encuentros tuvo el patético Puigdemont con mandos rusos para que atacaran la democracia española como pasaporte para su republiqueta. Molesta a Sánchez que mientras a la izquierda ya no le quedan manos para tapar los agujeros que ha ocasionado a España (desbordados ahora por la invasión de Ucrania) sea la derecha, y en especial el partido de Santiago Abascal, el que reporta en el Congreso el cabreo de los trabajadores, asfixiados por la inflación made in Sánchez, la subida de la luz y el gas y el precio desorbitado de los alimentos. Es tal la desenvoltura del personaje que ahora llama ultras a los huelguistas del transporte porque ve las orejas al lobo de la violencia sindical que él ha despenalizado.

Ni su docuserie propagandística podrá aplacar el hartazgo ciudadano, indignado ante el despilfarro en ideología y sectarismo de 22 Ministerios inútiles y ante el clamoroso silencio de dos corderos bien cebados de dinero público: los sindicatos de Unai Sordo y Pepe Álvarez. Si eso, ya protestarán cuando gobierne Feijóo.