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La polvareda del Sáhara

Tendremos que agradecer al rey de Marruecos la deferencia que ha tenido con nosotros para contarnos lo que nuestro Gobierno nos ha hurtado con tanto celo

No deja de tener su ironía que mientras toda España se encontraba sumida en una nube de polvo sahariano, Pedro Sánchez estuviera fraguando en absoluto secreto el mayor volantazo de nuestra política exterior en cincuenta años; precisamente en relación con la cuestión del Sáhara. Un viernes por la tarde se despejó la calima y de mala manera nos enteramos que España renunció a su histórica posición de neutralidad y apoya el plan marroquí para la antigua colonia española.

Tendremos que agradecer al rey de Marruecos la deferencia que ha tenido con nosotros para contarnos lo que nuestro Gobierno nos ha hurtado con tanto celo. Gracias a Mohamed VI nos hemos enterado a la vez el conjunto de la sociedad, el principal partido de la oposición y de paso la mayoría de miembros del ejecutivo. A la vista de la reacción del Gobierno argelino parece que tampoco ellos fueron informados de lo que se estaba cociendo; así que no descarten que, dada nuestra dependencia energética del gas argelino, la canción de este verano en España sea un ensordecedor ruido de abanicos en todas partes.

Como el polvo del desierto aún nubla mis ojos, no me atrevo a aventurar si este chapucero cambio de posición se debe al temor a una nueva avalancha migratoria o a una orden directa de Estados Unidos para poner en formación a sus aliados occidentales ante la patada que Rusia ha dado al tablero geoestratégico mundial. Pero no deja de ser llamativo, a la par que ridículo, que Sánchez y Albares hayan pretendido mantener oculto a la opinión pública semejante viraje.

El Gobierno de España ha pasado de acoger a hurtadillas al líder del Frente Polisario a derogar, también a hurtadillas, una línea fundamental de nuestra política exterior y, de paso, todos los esfuerzos realizados por la ONU durante años. La manera vergonzante en que todo esto ha sucedido, con una carta del Presidente del Gobierno cuyo contenido literal aun desconocemos y rompiendo un consenso político de 47 años, demuestra que semejante cambio estratégico es producto de cualquier cosa menos de una reflexión autónoma, sosegada y compartida. Gana Marruecos, pierden los saharauis y la influencia internacional de España retrocede un nuevo paso en beneficio de Rabat. Ceuta y Melilla pueden celebrar que su situación va a mejorar en los próximos meses, pero tengo serias dudas de que podamos mantener esta confianza a medio y largo plazo.

Me preocupa muy poco cómo soluciona la izquierda sus cuitas internas o como encajan los votantes socialistas esta enésima renuncia a su programa electoral. Lo más inquietante es comprobar que los bandazos del Gobierno no se limitan a las cuestiones domésticas y van dejando también en nuestra imagen exterior un rastro de frivolidad y ligereza capaz irritar alternativamente a Marruecos y a Argelia.

Despejado el polvo del Sáhara descubrimos que Pedro Sánchez se nos ha convertido en un disciplinado acólito de la política diseñada para la zona por Donald Trump. Pero esa nunca fue la política de España.