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Ahora se acuerda de Ceuta y Melilla

Mohamed puede oler a cientos de kilómetros el miedo del vecino claudicante del norte y la escasa talla de su actual presidente

Pedro Sánchez miraba hasta ahora la soberanía de España sobre Ceuta y Melilla con asquito. Hoy las visita con la falsa aureola de haberlas salvado de las garras del visir de Marruecos, ese sátrapa al que envía cartas de amor furtivas, como si fuera su amante clandestino, que finalmente y por despecho, las hace públicas para que la legítima –Argelia– monte en cólera. Ese país y el tantas veces violento Polisario son las novias a la que el PSOE más infantil había declarado amor eterno, sacralizado en un acta matrimonial llamado programa electoral. Descubierto el enredo y la felonía reciente, Argelia le ha retirado el saludo y el gas a Sánchez, y con él a todos nosotros, y vete tú a saber si Mohamed, vista la debilidad del casanova, no termina pidiéndole hasta el rosario de su madre, es decir, Ceuta y Melilla.

Pero ya se sabe que con este Gobierno antes está la propaganda y el telediario que los hechos. La última vez que visitó el presidente esas dos tierras españolas le recibieron con cajas destempladas, porque allí se vive con intensidad las traiciones del Gobierno a la integridad de España, amén de sus coqueteos y renuncias con los independentistas y con los filoetarras. Mi padre nació en Ceuta y nunca vi un español más orgulloso de serlo. Parte de mi familia paterna es caballa y reside allí, amando lo español desde las tripas, con una vocación de pertenencia casi biológica. Al visitante presidencial de hoy le cuesta entender esos sentimientos, a los que tacha de ultraderechistas.

Cuando yo estudiaba a la generación del 98 y sus hermosas lágrimas literarias vertidas por la decadencia de España con la pérdida de Cuba y Filipinas, mi padre siempre me decía que eso no debería volver a ocurrir con Ceuta y Melilla, porque entonces nuestro país habría muerto. Yo estoy sentimentalmente segura de que no será así, pero el desistimiento de nuestro presidente con el concepto de la soberanía nacional y sus jueguecitos suicidas con el separatismo y con las plurinaciones gritan a los cuatro vientos del estrecho la debilidad agónica de este período funesto de nuestra historia, a la que nos ha abocado Pedro Sánchez. Mohamed puede oler a cientos de kilómetros el miedo del vecino claudicante del norte (su padre Hassan le enseñó bien) y la escasa talla de su actual presidente, un fatuo inane que todavía cree que los Reyes de Marruecos no son los padres.

Wenceslao Fernández Flórez nos dejó escrito en El terror rojo un manantial de sabiduría que describe a las mil maravillas las consecuencias del volantazo dado por España en el Sáhara Occidental: «Ya se sabe que, entre cierta categoría de gente, una ofensa puede ser olvidada, pero un favor no se perdona nunca».