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Un bono para ver gratis películas de Almodóvar

El Gobierno acaba de aprobar una subvención indirecta a la élite cultural española: le dará 400 euros a los niños tras quitarle 4.000 a sus padres para que se lo gasten con Javier Bardem

El Gobierno ha aprobado al fin, tras varias amenazas, el último subsidio del momento y el más insultante de todos ellos: les va a quitar a los padres 4.000 euros, o los que haga falta, para darles 400 a sus hijos, siempre y cuando cumplan dos requisitos.

El primero, que están en edad de votar por primera vez y lo hagan correctamente: esto es, a Pedro Sánchez. Y el segundo, que tengan las mismas aficiones culturales que Adriana Lastra y, como ella, se lo gasten en videojuegos donde puedan cazar fascistas y salvar a la humanidad. Que menuda es Miss Asturias.

Nikita Jrushchov, que acabó represaliado en la misma Unión Soviética donde él represalió en ese juego eterno de la oca que es el comunismo, decía que la política consistía en poner puentes donde no había río. Y el sanchismo es una sucesión de acueductos sobre una tierra cada vez más yerma.

El bono cultural es, ante todo, un reconocimiento de fracaso similar al que retrataba León de Aranoa en Familia, donde Juan Luis Galiardo se alquilaba a una de mentira, como Sánchez se compra votantes o consumidores de culturas: no confía en que le elijan libremente, convencidos de que es el mejor producto político del momento; y no se cree que vayan al cine o al teatro si no es con premio.

Es verdad que algunos países también financian un bono cultural, pero a ninguno de ellos se le ocurre invitar al niño al cine cuando el padre no puede ponerle un plato de lentejas en la mesa porque el litro de gasolina le sale más caro que producir una película de Almodóvar, gran beneficiario de esa medida de gracia sanchista con dinero ajeno.

Porque el chaval no es más que el intermediario de una subvención encubierta que el Gobierno acaba de aprobar en beneficio de la élite cultural española, incapaz de seducir por sus propios medios a los consumidores y necesitada de que Sánchez empuje a los joveznos a su sala de proyecciones, previo atraco fiscal a sus padres.

Los colegios e institutos son inmejorables espacios para aprender a gozar de los libros de Paul Auster, de las películas de Spike Lee o de los discos de Van Morrison, por citar tres ejemplos alejados del habitual pestiño que nos endilgan demasiado pronto y nos hacen, en demasiados casos, recelar muy pronto y muy tontamente de la literatura, el cine o la música.

Un Gobierno convencido de verdad de la necesidad de estimular el interés cultural se desvelaría por sembrarlo en las aulas, desde la infancia, como un goteo natural que terminaría por empapar la sensibilidad y los gustos de la muchachada.

Pero uno que solo quiera rehenes o aliados, lo haría como lo ha hecho Sánchez: quitándoselo a quien no lo tiene para dárselo a quien no lo necesita para que se lo gaste en Javier Bardem.

Porque si le da por irse a los toros, que se lo pague su padre. Otra vez.