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La España de 'Sálvame'

Al final tenemos aquello que hemos ido eligiendo con el paso de los años

Los periódicos en que comencé a trabajar de chaval eran menos exigentes que los de ahora y por las redacciones pululaban más bohemios y chalados. Recuerdo a algún redactor-jefe, cínico e inteligente, que cuando los novatos le advertíamos de que una noticia que íbamos a publicar ya la habíamos dado tal cual días atrás, nos miraba con sonrisa burlona y nos espetaba: «No os preocupéis. El lector no tiene memoria».

Con los años descubrí que no le faltaba razón. Nunca se debe subestimar el grado de desinformación del público. Por eso resulta tan interesante repasar la historia reciente de nuestra televisión, a fin de conocer en qué mundo vivimos de verdad.

La democracia española está hoy empañada por dos anomalías inexistentes en países homologables al nuestro. La primera es un presidente con tics autoritarios, que vulnera las reglas del juego que imperaban hasta su llegada. La segunda es un modelo televisivo de duopolio, que merma la competencia y la variedad de la oferta. Dos grupos mediáticos se reparten más del 80 % del pastel publicitario televisivo en abierto y copan el 57 % de la audiencia. Esa anormalidad mediática desvirtúa la democracia, toda vez que los españoles se pasan tres horas y media al día como media ante la televisión, lo que la convierte en el principal agente a la hora de decantar nuestras decisiones electorales. El resultado de ese modelo es que la mayor parte de la oferta televisiva española apoya a la ideología que se ha dado en llamar «progresista». Pero no hemos arribado a este panorama por casualidad.

A diferencia de la derecha, que siempre ha hecho bastante el panoli, la izquierda vive para la comunicación. Sabe que un gobernante malo puede perdurar con una propaganda buena. Zapatero no era para nada el Bambi iluso del que nos mofábamos cuando llegó. Tenía mala leche y un plan. En sus dos primeros años en el cargo (2004-2005) toma medidas rápidas para crear dos televisiones afines al PSOE: nacen Cuatro (Prisa) y La Sexta (Mediapro). Pero la crisis de 2008 golpea al sector y esas cadenas sufren. Urge salvarlas, porque son estratégicas para el imperio electoral de la izquierda. Así que Zapatero y De la Vega retiran la publicidad a TVE y en paralelo propician que Cuatro pase a ser propiedad de Telecinco (cadena «progresista» en España, a pesar de que su dueño es el plutócrata conservador Berlusconi). Ha nacido Mediaset.

El segundo operador del duopolio comienza a perfilarse en diciembre de 2011, el mes previo a la mayoría absoluta de Rajoy. Se trata de la absorción de La Sexta por Antena 3. Nace así Atresmedia. Haciendo gala de una miopía político-mediática galopante, Sorayita y Mariano acaban bendiciendo el nacimiento de una televisión de combate de izquierda, que servirá de vivero para la aparición de Podemos y se convertirá en el principal flagelo del PP.

Con TVE privada de publicidad (y hundiéndose en audiencia por su deriva sectaria), ya tenemos al duopolio funcionando a pleno rendimiento. La situación resulta muy curiosa. Los accionistas dominantes en ambos conglomerados son italianos (Berlusconi y DeAgostini), empresarios para los que España es solo un lugar donde ganar dinero, de ahí que les dé igual mantener cadenas de izquierda populista militante. Los dos actores del duopolio mantienen además un pacto de no agresión. Incluso se reparten la parrilla. Uno se ha especializado en morralla cardíaca (Sálvame y programas cárnicos de telerrealidad) y el otro en concursos y series. Pactan también el reparto del negocio publicitario, lo que en noviembre de 2019 les acarreó una multa de Competencia de 77 millones, que no impide que a día de hoy mantengan intacto su tinglado.

Al final, tenemos aquello que hemos ido eligiendo con el paso de los años. Es evidente que el público de centroderecha y derecha se encuentra desatendido en el universo televisivo español. Existe una demanda que no está cubierta y algún día acabará apareciendo un operador que la cubra y dé satisfacción a la defensa de principios políticos y morales que hoy son residuales en el panorama televisivo. Mientras tanto, seguiremos con la tele al rojo vivo, la jungla de Jorge Javier, el dinero que vuela a Italia y un público manipulado por una ideología que aspira a convertirse en la única admisible. Aunque también es cierto que el streaming ya está haciendo sufrir a la gallina de los huevos de oro de la televisión en abierto.

Todo lo anterior, a lo que no solemos prestar la atención debida, explica en buena medida las victorias de Sánchez y su permanencia. Aunque probablemente esta crisis le dará la puntilla. Con la brutal escalada de los precios, el recital que está dando su Gobierno y el relevo de Casado, que no acababa de pitar en las urnas, de esta no lo salva ni el mando de la tele. Y lo sabe, por eso ha iniciado una campaña europea de autopromoción para buscarse un buen sillón en la UE el día de mañana.