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Sánchez pierde a su ultraderecha

Eres un don nadie si un progresista no te ha llamado facha alguna vez. Es el efecto del uso indiscriminado de la descalificación y del cambio de contexto económico e internacional

Lo peor que te puede pasar con tu mensaje central para desgastar a la oposición y desacreditarla de cara a futuras elecciones es que los ciudadanos se lo tomen a broma. Y empieza a ocurrirle a Pedro Sánchez con su propaganda de la ultraderecha, su línea principal de ataque a la oposición desde que gobierna, su relato. El relato se le ha caído estrepitosamente en la última semana, con la humillación incluida de que hasta uno de sus socios, Gabriel Rufián, le ha puesto en evidencia públicamente el ridículo de su estrategia. Rufián es un caradura que ha usado el mismo mensaje que Sánchez hasta ahora, pero que tiene esa habilidad de todo buen populista para olfatear el cambio de ciclo en la opinión pública.

He sugerido alguna vez que alguien dotado de la necesaria paciencia podría dedicarse a contabilizar la infinidad de veces que Pedro Sánchez ha pronunciado la palabra ultraderecha. En el Parlamento, con esa voz engolada y el gesto de chulería que le caracteriza, ha lanzado una y otra vez la palabra ultraderecha recorriendo con su mirada las bancadas del PP y de Vox, para fijar la idea de que ambos representan una oscura y peligrosa amenaza. Pero la ha usado tantas veces y en tantos contextos, que se le ha ido la mano y la credibilidad. La gota que colmó el vaso fue su utilización contra los transportistas, pero ya hacía tiempo que había comenzado a perder parte de su eficacia para desgastar a la oposición.

El mensaje de la ultraderecha le ha funcionado con cierto éxito para fijar la idea de una izquierda moderna, ecologista, feminista y solidaria frente a una derecha anticuada, explotadora, sexista y racista. La España plural y moderna del futuro frente a la España autoritaria y anticuada del pasado. Con la ultraderecha, Sánchez y la izquierda han fijado aquello del marco del que hablaba George Lakoff y que le gustó tanto a Zapatero que se trajo al lingüista a España: «La gente piensa mediante marcos» (No pienses en un elefante, 2007)

Pero he aquí que el marco se ha resquebrajado y parece difícil pegarlo de nuevo. Hasta hace muy poco tiempo, la gente se echaba a temblar cuando le espetaban aquello de facha. Ahora se ríe o se lo toma como un trofeo: eres un don nadie si un progresista no te ha llamado facha alguna vez. Es el efecto del uso indiscriminado de la descalificación y del cambio de contexto económico e internacional. La España feminista, ecologista y pacifista de Sánchez funcionaba en la perspectiva de buenos datos económicos y en la Europa de la paz y seguridad.

Pero la guerra de Ucrania ha cambiado radicalmente la situación. La economía y la seguridad han pasado al primer plano, más que nunca en el pasado reciente. A la incertidumbre económica se le suma por primera vez en décadas en Europa el miedo a la guerra, el descubrimiento de que era falsa la perspectiva de la paz inalterable y duradera. Con la inflación desbocada, la crisis de sectores esenciales de la economía y la amenaza de ataques militares de Rusia a los países de la OTAN, los ciudadanos miran de nuevo hacia líderes que ofrezcan gestión y seguridad: gestión eficaz de la economía y seguridad nacional frente a amenazas terroristas y de potencias enemigas. Y a Sánchez, el cambio lo ha pillado agarrado a la brocha de la ultraderecha.