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Luis Roldán y su manta

Cuando al corrupto le pillan, amenaza a sus superiores para que le libren del marrón y diluye su culpa en el conjunto de la organización

La muerte de Luis Roldán esta semana nos ha devuelto por unos momentos a la etapa final del colapso final del felipismo con el jefe de los guardias huido de la justicia y el Gobernador del Banco de España pasando la noche en el calabozo también acusado de corrupción. Para cualquier periodista que haya tenido la ocasión de ejercer la profesión durante aquella época resulta muy difícil olvidar los chutes diarios de adrenalina que nos deparaba la política cada jornada. Ahora, recordando la figura de Roldán, hemos podido recuperar algunas de las muchas peripecias que nos obsequió quien fuera Director General de la Guardia Civil: la fuga inesperada, la detención que no fue tal, sus manejos con Paesa y aquella delirante historia del fantasmagórico Capitán Kan; también las entrevistas en las que amenazaba con tirar de la manta contra sus superiores.

Desde Roldán hasta nuestros días lo de tirar de la manta se ha convertido en un cliché recurrente para cualquier personaje trincado en negocios poco presentables o abiertamente delictivos. El truco es siempre el mismo y funciona a medio camino entre la maniobra de distracción y la pura extorsión. Cuando al corrupto le pillan, se presenta como el último eslabón de una cadena delictiva donde todo el mundo roba más que el susodicho. Amenaza a sus superiores para que le libren del marrón y diluye su culpa en el conjunto de la organización a la que pertenece para ganarse el favor de la prensa o, lo que es peor, de la fiscalía. Genera confusión y gran escándalo para desviar el tiro de su responsabilidad personal hacia una instancia superior.

Roldan tiró de la manta, como también hizo Bárcenas. Aunque el tesorero del PP ha tirado en tantas direcciones que ha dejado la manta hecha un auténtico trapo. Ha conseguido infligir un daño enorme a la reputación de su partido, pero no ha conseguido demostrar ni una sola de las acusaciones contra sus superiores. Ahora tenemos a Villarejo y sus compinches atascando la Audiencia Nacional con decenas de sumarios con el mismo procedimiento espurio: ellos se presentan como unos pobres funcionarios cumpliendo órdenes ilegales de los responsables políticos. Enternecedor, pero difícil de creer a la vista las maneras mafiosas que se gastan. Al igual que en el caso de Roldán o de Bárcenas, intuyo que la justicia acabará por poner las cosas en su sitio, aunque por el camino muchas reputaciones quedarán arruinadas.

Con Roldán y su manta sentamos las bases de una relación perversa de la opinión pública con las cuestiones de corrupción en la que los juicios paralelos y las difamaciones prevalecieron sobre la justa persecución del delito. Las mangancias privadas se convirtieron en escándalos públicos y el guion de la política española lo llevan escribiendo desde hace años delincuentes que solo buscan huir de sus responsabilidades personales y mantener a salvo sus fortunas. Haber llamado a eso regeneración es una broma de mal gusto.