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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Jamón, Jamón

Actualizada 02:48

Los adalides del proletariado Javier Bardem y Penélope Cruz podrían haber tomado la palabra en Los Ángeles, como tantas veces han hecho en los Goya con el PP en el poder, para defender ante los millones de espectadores que presenciaron la entrega de los Oscar a los currelas de su país, que no arrancan la fregoneta porque les sale más a cuenta no trabajar, o a los pescadores, que tienen amarrada la flota porque la pesca se pudre en la lonja, o a los ganaderos lácteos, que tiran la leche porque no tienen camiones que la lleven a los lineales del súper. Pero vestirse de alta costura y tener la barriga llena de jamón, jamón te inmuniza de minucias tan prosaicas como el disparatado precio de los yogures, los portes de la usura, la subida del gasoil, la luz indexada al precio del gas o las cotizaciones de los autónomos.

A la izquierda que nos gobierna y a la que nos adoctrina desde las pantallas de cine o los plasmas de la tele (con cada vez menos éxito) se la refanfinfla los apuros de la gente, salvo para instrumentalizarlos contra la derecha. Nosotros ya lo sabíamos y ahora son ellos los que dicen haberse dado cuenta, en un ejercicio oceánico de hipocresía. Rufián y Sánchez tuvieron en el Congreso un debate que, en resumen, podría haber terminado así: «Quítate de ahí, que me tiznas», como dijo la sartén al cazo. Porque escuchar al independentista decir que a la izquierda ya no le entiende ni la madre que la parió porque hablan de temas que no atañen a los ciudadanos era estupefaciente. Teniendo en cuenta que Rufián ha dedicado sus últimos años a comer a dos carrillos en los mejores restaurantes madrileños mientras imponía a los catalanes volver al siglo XVIII con un mensaje xenófobo y supremacista: la principal preocupación, como todo el mundo sabe, de los comerciantes de Mataró o de las peluqueras de Gavà.

Sánchez y Rufián saben que hay dos Españas. Una, la que vive confortable bajo la nómina pública del clientelismo, que calienta más que una estufa apagada por falta de gas, y la otra, que ya no puede levantar la persiana por la mañana. Y esta última está cada vez más cabreada, porque la izquierda mientras tanto se dedica, con el dinero del contribuyente, a pagar a 22 ministros, a sus 1.200 asesores y sus campañitas de publicidad para defender colectivos trans, géneros fluidos, productores de tofu y seres sintientes, esas mascotas que para los pijoprogres como Alberto Garzón, Irene Montero o hasta el mismísimo Pedro Sánchez, son más acreedores de derechos que los currantes de Carabanchel o Badalona. La España anestesiada, a la que le han subido la luz un 80 %, la gasolina un 30 % o el butano un 32%, parece que despierta y ya no necesita a los sindicatos ni a los partidos para reivindicar sus derechos. Otra buena lección para unos y otros.

A veces la política te obliga a hacer algo más que repartir dinero desde la agencia de colocación en la que los socialistas han convertido el Gobierno de España. Que tome nota Sánchez, porque cuando despierte de la política chulísima, las paguitas que nos cuestan un riñón y la propaganda europea que vende pan escaso para hoy y hambre para mañana, el dinosaurio todavía seguirá allí.

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