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Pedro te regala 20 céntimos

Un Gobierno decente reduciría impuestos y gasto público: el de Sánchez prefiere «regalarte» una parte de lo que te había quitado para que sigas pagando el máximo, pero parezca que le debes un favor. Y tu voto

El combustible, la luz, el gas y todo lo que les cuelga han subido entre un 30 % y un 100 por cien en el mismo año que escenificó la apoteosis de las dos únicas Españas realmente existentes: la extractiva batió récord de recaudación fiscal, con el Tío Gilito de presidente; y la confiscada sumó a los quebrantos económicos de la pandemia los estragos de la suicida política del Gobierno, de la crisis nacional y de la guerra, todo a la vez.

También en el terreno laboral se resume ese antagonismo pornográfico: mientras los empleados públicos (quiten sanidad, juegan en otra liga) vivían su edad de oro de teletrabajo en el telesofá y el telegimnasio y veían subir sus salarios por el enésimo cambalache de Sánchez con los camaradas sindicales; los currelas, los autónomos y los comerciantes sufrían cierres unilaterales, caída de consumo, incremento de costes laborales y subidas generales de impuestos, suministros y energía.

Ese es el marco, elegido e impuesto por quienes siempre intentan justificar el abuso en nombre del estado de bienestar, los servicios públicos y los derechos de «la gente»; pero se niegan a proceder de la única manera eficaz para comprobar si de verdad defienden todo ello o se aprovechan para colar sus obesos gatos por las enjutas liebres: una auditoría de cada euro gastado y cada euro esquilmado que conteste si el quinto mayor esfuerzo fiscal del mundo sirve para pagar una pensión o para colocar a la niñera de Podemos.

Para tener un profesor más o para aumentar las subvenciones a Unai Sordo. Para desatascar la Justicia o para crear el quincuagésimo octavo observatorio público del clima, la mujer, el estornino o su reverendísima madre. Para incrementar la frecuencia de ambulancias o para crearle una cátedra a Begoña Gómez.

Extiendan la lista lo que quieran, les servirá con mirar en su entorno: de cuántos de estos atracos perpetrados a plena luz del día –registrados a modo de huella del crimen en cada presupuesto público– estamos hablando, dan cuenta los criminales informes oficiales que desde hace años reflejan el despilfarro sostenido, la ineficiencia del gasto y la consolidación de una industria política asfixiante que es, en realidad, el primer problema de España.

Pues bien, en ese contexto, Sánchez dice ahora que va a subvencionar un poco la luz y otro poco el combustible: es decir, renunciará a una pequeña parte de lo que previamente le había quitado y le seguirá quitando para que usted, si es ingenuo, no se dé cuenta de que le está pagando con dinero que ya era suyo y tenga a bien agradecérselo con su voto.

La España subvencionada no solo se empobrece, al engordar su deuda y aumentar la inflación, sino que además se hace más sumisa. Cuando el Gobierno opta por la subvención, simplemente intenta que usted le deba algo, a cambio de dejarles a sus hijos y nietos una hipoteca inasumible: el déficit es al estado de bienestar lo que el CO₂ a la naturaleza, y la necesidad de frenarlo es la misma en ambos casos.

Un Gobierno sensato no optaría por las dádivas, que mantienen el pago directo del ciudadano, aunque modifiquen el procedimiento para maquillarlo: lo haría bajando el IVA del 21 % al 4 % y recortando a continuación en sí mismo.

Hasta 60.000 millones de euros tiene este Gobierno, como tenía el anterior, casi igual de socialdemócrata en cuestiones fiscales, para recortar gasto, mejorando su bolsillo y manteniendo sus prestaciones. Pero eso sería gobernar con cabeza.

Y aquí lo que se lleva es mantener la macrogranja de pagadores, y echarles una pizca de pienso de cuando en cuando para que no se solivianten. Los únicos que se han dado cuenta son los camioneros, unos héroes inesperados que se están pegando por todos sin darse cuenta: el día que les ataquemos por quedarnos sin leche, la victoria del Gobierno ya será total e irreversible. Es ahora o nunca.