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Desde la almenaAna Samboal

Esta casa es una ruina

Lo que no podrá hacer por mucho más tiempo el Gobierno es maquillar la realidad de que está desbordado y de que cuenta a cada día que pasa con menos medios para hacer frente a las dificultades

Actualizada 03:53

Llegará el momento en que sean tantas las goteras, que al Gobierno no le queden cubos para recoger el agua. Y no parece estar lejano en el tiempo. Vivimos a salto de mata, escapando de una dificultad para sufrir un sobresalto, intentando huir hacia adelante para enderezar un problema y caer en el caos. Este consejo de ministros, diseñado para hacer los coros en la tele a un presidente con la vista puesta en la reelección, no está preparado para gestionar el día a día de una administración. La coyuntura que atraviesa el país se les atraganta cada mañana y no parecen estar dispuestos a dejar en el cajón las anteojeras ideológicas para usar con tino el escalpelo que requiere una realidad extremadamente compleja y volátil.

La última ocurrencia es racionar la venta de productos escasos en los mercados para evitar el desabastecimiento. Es decir, con la economía al ralentí, deciden limitar un componente vital de la demanda interna, el consumo, repartiendo la miseria. En vez de buscar los fallos en la cadena de suministro para resolverlos, en vez de retirar trabas burocráticas y liberalizar sectores productivos para elevar la oferta, estrangulan el mercado y abren de par en par la puerta a los especuladores. Lo próximo será tildarles de ricos despiadados y amenazar con subirles los impuestos.

Otro tanto ocurre en el mercado del alquiler. En vez de garantizar la seguridad jurídica del arrendatario, con el fin de elevar el parque de pisos, estrangulan el mercado limitando la oferta. La vicepresidenta Yolanda Díaz ha decidido que los malvados propietarios no podrán elevar más allá del dos por ciento la renta a sus inquilinos. Si con tan exigua subida no llegan a fin de mes, sólo tienen que hacerse ministros. La casa y las facturas están pagadas y pueden disponer de once botellas de Rioja y medio kilo de langostinos al día. Esperemos que no cunda el ejemplo entre sus compañeros de gabinete, porque no daremos a basto a trabajar para rellenar las deslucidas arcas de Hacienda.

Aún nadando en la abundancia que les financiamos, transmiten la imagen de estar sobrepasados por los acontecimientos y eso asusta a los ciudadanos. Su factura de la luz o el gas o el combustible se han encarecido en un veinte o treinta por ciento desde el verano. La tasa subyacente de IPC confirma que se está trasladando a toda la economía. Mientras los salarios permanecen inalterados, sube la hipoteca, sube el coste de la energía, sube el precio del carro de la compra o pagamos por el café el doble o el triple que hace seis meses. Irá a más. Se excusa Calviño culpando a la guerra de Ucrania del 73 por ciento de la inflación que nos empobrece a marchas forzadas. Pero lo que nadie se acaba de explicar es por qué no la soportan en la misma medida el resto de europeos.

Se pueden hacer giras por media Europa para vender después en titulares la gesta épica del reconocimiento de un hecho, el mercado ibérico de la energía. Se pueden hacer malabarismos políticos llevando a una misma sesión al Congreso el Sáhara, la contención de precios y el último Consejo Europeo. Pero lo que no podrá hacer por mucho más tiempo el Gobierno es maquillar la realidad de que está desbordado y de que cuenta a cada día que pasa con menos medios para hacer frente a las dificultades. La crisis del PP les ha dado un respiro, pero su soledad en el Parlamento, cada vez más palmaria, les deja en evidencia.

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