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Todos los niños como Adriana Lastra

Sea el aprobado gratis para los niños o el Ingreso Mínimo para los padres; todo obedece al mismo impulso totalitario de un Gobierno dispuesto a hacer de la pobreza su mejor negocio

Sánchez se comprometió a impulsar un crecimiento espectacular y lo ha logrado, por mucho que las hordas ultraderechistas le quiten mérito: ha llevado la inflación al 9,8 por ciento, un dato desconocido desde 1985. Dijo que íbamos a crecer y hemos crecido

Con él batimos récord de mortalidad, de suicidios, de quiebras, de cierres, de parados y de depresivos, pero solo los antipatriotas ponen el acento en el contenido de la cifra y no en la cifra misma: si estamos arriba, da igual en qué, el presidente ha cumplido su objetivo: salimos más fuertes. Y punto.

Ahora ya está en marcha la segunda parte para que, tras coger peso, perdamos conciencia: salimos más tontos. La LOMLOE de Celaá, premiada por su ataque a la religión con un puesto de embajadora en El Vaticano que suena parecido a jubilar a Putin como secretario general de la ONU, inició el asalto al sistema educativo para imponer un nuevo espíritu nacional adaptado al sanchismo que ahora culmina con la depreciación del programa lectivo.

Para que entendamos en qué consiste la supresión de la Filosofía, como antes el acoso a la Religión; o la manipulación de la historia, para limitar su estudio a los mitos de la República; digamos que se trata de convertir las aulas en unas macrogranjas de Adrianas Lastras, Miss Fabada 2012.

Ella ingresó en las Juventudes Socialistas y se jubilará en las Senectudes Socialistas, dejando entre medias un vasto currículo de emocionantes experiencias en la nada: no estudió ni trabajó en otra cosa, pero triunfó en la vida por su perfecta lealtad al Gran Timonel.

Ése es el premio que proyecta la insigne socialista, no muy distinto por cierto al obtenido por Pedro Sánchez, otro propietario de una larga carrera personal ligada en exclusiva a la política desde que lo enchufaran en Europa junto a Carlos Westendorp: luego ya se sacó el doctorado por el mismo procedimiento que la presidencia, plagiando la segunda y poniendo una moción de censura al primero. O al revés, que tanto da.

Estamos asistiendo en directo, y sin demasiada queja, a un proceso de invasión estatal con pocos precedentes, sustentado en inducir o ser incapaz de evitar la miseria económica o moral para, una vez instalados en ella, secuestrar al ciudadano con una humilde paguita y hacerle reo del Síndrome de Estocolmo: sea el aprobado gratis para los niños o el Ingreso Mínimo para los padres; todo obedece al mismo impulso totalitario de un Gobierno dispuesto a hacer de la pobreza su mejor negocio.

Cuando más aumenta la dependencia del ciudadano de los poderes públicos, más despóticos se vuelven éstos: no es casualidad que las peores leyes ideológicas en 20 años, desde la eutanasia hasta la seguridad ciudadana, hayan llegado en el peor momento para hacerlas, cuando el ciudadano se concentraba en sobrevivir y no tenía tiempo para despistes ni energías para protestas.

Padecemos, como si nada, a un Gobierno guiado por Laclau, Mouffe, Gramsci y todos esos teóricos de la «hegemonía cultural» que de repente se ven reivindicados por un presidente alocado y sin escrúpulos que primero nos secuestra y después nos rescata, un rato, con nuestro propio dinero.

Si el esclavo aplaude encima al amo, como pretenden que hagan los pobres transportistas con la cruel ministra del ramo, su victoria será perfecta.