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La tiranía de la mediocridad

Eliminemos los suspensos evidentes de los peores y también las altas notas de los mejores, para que nadie se sienta fracasado y los más incapaces se integren y sean felices

Hay dos movilizaciones contra Gobiernos del PP que me resultaron especialmente inquietantes en la historia reciente de España, por los mensajes de fondo que sostenían: las manifestaciones tras el 11-M, responsabilizando a Aznar del atentado en lugar de a los terroristas, y las movilizaciones estudiantiles contra aquella pretensión del Gobierno de Rajoy de subir la media de notas para aspirar a becas. Las segundas tuvieron un éxito enorme, a partir de la idea de que era injusto pedir buenas notas para obtener becas, porque los hijos de familias acomodadas podían ir a la universidad por muy vagos o torpes que fueran, por lo que había que defender el derecho de todos, pobres y ricos, a la vagancia y a la torpeza. En otras palabras, el derecho a la mediocridad, que es la teoría que sostiene las reformas educativas de la izquierda.

La última reforma de la ESO se basa en ese mismo principio, y tan relevante como el arrinconamiento de la Filosofía y el peso de la formación en progresismo es la eliminación de las notas numéricas. Es el enésimo intento de limitar el peso del esfuerzo y de las capacidades en los logros educativos. A partir de una idea del derecho a la igualdad, no solo entre pobres y ricos, sino también entre capaces e incapaces, entre aplicados y vagos. Es la perfecta realización de La rebelión de las masas de Ortega y Gasset en la educación. Eliminemos los suspensos evidentes de los peores y también las altas notas de los mejores, para que nadie se sienta fracasado y los más incapaces se integren y sean felices.

El éxito de un libro tan populista y demagógico como La tiranía del mérito de Michael Sandel da una idea del triunfo social de esa teoría de la igualdad. Ortega y Gasset acertó de pleno, y me puedo imaginar la segunda parte que podría escribir hoy en día, tras ver que a Sandel hasta le dan prestigiosos premios en España. Honores a la idea de que la meritocracia es mala, de que la pretensión de igualdad de oportunidades de las sociedades democráticas es perversa, porque crea rabia y frustración entre los perdedores y soberbia entre los ganadores. Es decir, la idea populista del pueblo maltratado y la élite privilegiada.

Para hacernos una idea del disparate del éxito de este libro, tengamos en cuenta que Sandel es profesor de Harvard, una universidad caracterizada por la centralidad del mérito, pero en lugar de renunciar a su cátedra e irse a una escuela de un barrio pobre, lo que hace Sandel es sostener su teoría de la maldad de la meritocracia en casos de varias universidades americanas, menos la suya, claro, donde hubo fraudes de padres ricos que pagaron para conseguir la admisión de sus hijos, a pesar de sus malas notas. Algo así como abogar por el fin de la democracia a partir de casos de fraudes electorales, o de corrupción de los candidatos.

Por supuesto, Sandel tampoco pide que le echen a él de la universidad y contraten a profesores de malos curriculums, a fin de integrarlos y crear sociedades más solidarias. Aconseja eliminar el mérito, pero para todo lo que ataña a los demás, no a él mismo. Hay que acabar con la humillación y el resentimiento de quienes no son capaces de aprovechar la igualdad de oportunidades, dice: fuera el mérito, las notas y los suspensos. La tiranía de la mediocridad en estado puro, pero siempre aplicada a los demás, no al intelectual o político que la fomenta. Sandel sigue en Harvard, y nuestra ministra de Educación, Pilar Alegría, lleva a su hijo a un colegio privado y, además, internacional.