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Agravios a la filosofía

Un Gobierno de necios no puede recomendar la filosofía. Y «necio» no es un insulto, sino una mera descripción de un estado intelectual

La filosofía es algo demasiado grande para necesitar las ayudas condescendientes de políticos y pedagogos. Pero sí precisa acaso defenderse de los ignorantes, ejerciendo su propia vocación: la inteligencia. La nueva regulación deja la asignatura más o menos como está en el Bachillerato y la elimina, salvo decisión de las comunidades autónomas, de la Educación Secundaria Obligatoria. Esto significa que el Gobierno considera normal que los estudiantes terminen los estudios obligatorios sin noticia de la filosofía. Tampoco puede extrañar, considerando la altura intelectual de quienes nos gobiernan.

La filosofía es una forma de vida dedicada a la búsqueda de las verdades radicales y fundamentales. Xavier Zubiri, bien es verdad que era filósofo, afirmó: «La metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel (dejando de lado su origen y destino divinos) son los tres productos más gigantescos del espíritu humano. El haberlos absorbido en una unidad radical y trascendente constituye una de las manifestaciones históricas más espléndidas de las posibilidades internas del cristianismo. Sólo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a aquellos tres legados». Ortega y Gasset, cierto que también era filósofo, consideraba que los dos elementos decisivos que forjaron el crecimiento y la prosperidad de Europa fueron la técnica científica y la democracia liberal. A todo esto, cabría añadir el arte.

Todo estudiante, llegue o no a la universidad, debería estudiar, por lo tanto, filosofía, derecho (sobre todo, el sentido jurídico de los romanos), cristianismo, ciencia y tecnología y democracia liberal. Esto último, para aprender a distinguir la verdadera democracia de sus corrupciones más o menos totalitarias.

Entonces, la necesidad de estudiar filosofía no deriva de ninguna utilidad sobreañadida. Todas las cosas grandes son fines en sí y no medios para ninguna otra. ¿Es, acaso, necesario recomendar la filosofía por alguna razón más que porque se trata de una de las más grandes producciones del espíritu humano? La filosofía enseña a pensar sobre las más profundas cuestiones de la realidad. Lo del espíritu crítico me parece muy secundario porque la filosofía nada tiene que ver con formar hombres rebeldes, dóciles o indiferentes. Tampoco tiene nada que ver con la educación cívica o las normas de urbanidad. La filosofía es más bien una vieja tradición y una sabia forma de vida. Borges fue durante un tiempo profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Decía que no obligaba a sus alumnos a leer, porque sería como obligarles a ser felices. Algo parecido puede decirse de la filosofía. No se trata de imponer su estudio a todos, sino de mostrarla para que los más sensatos la puedan elegir. Tal vez por eso decía Nietzsche que no se trataba de convertir a muchos a la filosofía, sino de que la realidad del filósofo verdadero no desaparezca.

Creo que el desdén oficial hacia la filosofía procede más de la ignorancia que de la malévola voluntad de gobernar ciudadanos mansos como ovejas. En cualquier caso, Sócrates nos enseñó que la ignorancia y la maldad van unidas. En cierto modo, son la misma cosa. Un Gobierno de necios no puede recomendar la filosofía. Y «necio» no es un insulto, sino una mera descripción de un estado intelectual. La etimología es reveladora: necio es el que no sabe. El Diccionario de la Academia es siempre un recurso fructífero. He aquí tres luminosas acepciones: ignorante o que no sabe lo que podía o debía saber; imprudente o falto de razón; terco o porfiado en lo que hace o dice. Por lo tanto, ¿cómo van a recomendar la filosofía el ignorante, el imprudente, el falto de razón o el terco? De la filosofía cabe decir lo que, al parecer, dijo Mahler acerca de su obra: el que me busque, me encontrará; el que no, no necesita saber que he existido.