El duro despertar
Rusia puede sufrir una debacle económica, pero nosotros no saldremos indemnes de este formidable giro de timón en la gobernanza mundial
En ocasiones el cambio se desboca. Como si de un tsunami se tratara asistimos a la destrucción de políticas construidas a lo largo de décadas y que las élites políticas y burocráticas nos habían justificado desde la sensatez y la profesionalidad. Repasemos algunas de las creencias que habían estado en su fundamentación, en la visión que los europeos teníamos de nuestro futuro.
1. La paz es un derecho consolidado. Hace ya tiempo que uno de los grandes de la historia militar, Michael Howard, nos advirtió de que la sociedad europea parecía convencida de que, tras siglos de contiendas intestinas, había superado la guerra. El nacionalismo había sido eclipsado por el proceso de integración europeo y el estado de bienestar había dejado definitivamente atrás las tensiones interclasistas.
2. El comercio genera vínculos entre las partes que llevan finalmente hacia el entendimiento, superando diferencias e intereses. Un mundo crecientemente globalizado sería así un mundo más seguro.
3. Como consecuencia se ha llegado a aceptar como normal una crítica dependencia de suministros respecto a estados que no son aliados ni amigos, pero se confía en que, poco a poco, lo acabaran siendo por efecto de la creciente red de intereses comunes.
4. «Yes, we can» dejar atrás la experiencia para dar paso a la voluntad. Tenemos derecho y podemos configurar un mundo a partir de nuestros deseos, dejando a un lado condicionantes anclados en el pasado, las célebres «circunstancias» orteguianas.
Estos mitos tienen su origen en la crisis cultural de los años 60, la Postmodernidad, que en cierta medida revive la crisis finisecular que estuvo en el origen de las dos guerras mundiales. Los europeos quieren liberarse de la carga de una historia milenaria y en su huida renuncian a la razón para entregarse al ensueño.
La paz no es un derecho, sino un logro. Es el resultado de la inteligencia política, de una buena diplomacia y de una reconocible disuasión militar. La voluntad de vivir en paz no sólo no la garantiza, sino que a menudo es percibida como indicio de debilidad por el rival, animándole a atacar. El comercio genera vínculos, pero no siempre son suficientes para contener ambiciones de distinta naturaleza que abocan finalmente al uso de la fuerza. Cuando los lazos comerciales generan dependencias nos hallamos ante una situación de vulnerabilidad. Políticos y empresarios son responsables de la búsqueda de rentabilidad a costa de la seguridad nacional. No, no podemos hacer todo lo que nos apetece. Se supone que este voluntarismo queda atrás con la adolescencia, pero lamentablemente Occidente se había instalado en un universo paralelo donde el derecho a no madurar parecía garantizado. La realidad es la que es, no la que queremos que sea. Esa es nuestra «circunstancia», que determinará nuestras vidas nos guste o no.
Europa y Estados Unidos están despertando de su ensueño postmoderno ante la pesadilla ucraniana. Lo que para muchos parecía imposible ocurrió, tirando por tierra, como si de las fichas del dominó se tratara, buena parte de nuestros mitos. Nuestra reacción tiene mucho de improvisación, pero resulta indiscutible que tendrá efectos duraderos sobre la economía y la política del conjunto del planeta. Tengo serias dudas sobre la cohesión del bloque occidental ante sus consecuencias, que serán duras para el conjunto de la población. Rusia puede sufrir una debacle económica, pero nosotros no saldremos indemnes de este formidable giro de timón en la gobernanza mundial. Estábamos viviendo los primeros efectos de la IV Revolución Industrial, con preocupantes repercusiones sobre la estabilidad política. La sucesión de crisis, iniciada con la financiera de 2008, continúa en nuestros días, actuando como acelerador de esos cambios. Que el vértigo no nos haga perder la cabeza.