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Las memorias de Pablito Iglesias

El folletín de Iglesias tiene el mismo valor literario y político que el prospecto de un rollo de papel higiénico, pero alcanza un notable interés como infantil confesión de la catadura del personaje y de la magnitud de su pensamiento político

Pablo Iglesias presenta libro y, con la humildad que caracteriza al personaje, ha optado por el formato de memorias. Aunque aún está en edad de empezar a hacer, él se siente en momento de empezar a recordar; como si en lugar de un vulgar cuarentón con ínfulas fuera Chateaubriand escribiendo desde la ultratumba o De Gaulle rememorando su épico paso por los años más convulsos de Europa.

El engendro de Pablito, que alcanzó desde la nada las más altas cotas de miseria en un tiempo récord, se titula «Verdades a la cara. Recuerdos de los años salvajes» y, aunque pretende ser un valeroso tratado de política a la altura de Maquiavelo, no pasará de ser la versión cutre del Decamerón de Bocaccio, con las aventuras de un grupito de niñatos con pretensiones sintiéndose especiales y distintos.

Aunque ni he leído ni leeré el pestiño de Iglesias, doy por hecho que no incluirá la única parte interesante que podría albergar para entretenerse con el personaje, ese trasunto de sombras de Grey que jalona su biografía inguinal y explica la organización de Podemos en formato de harén.

Sin menospreciar las virtudes de las damas que hozaron, hozan y hozarán en el fragor del perfume Alfa; su promoción y la organización de un partido sorprendentemente votado por millones de personas e insólitamente alojado en el Gobierno ha dependido casi en exclusiva del capricho nada inocente del sultancito de Galapagar.

El episodio de sometimiento de Dina Bousselham, cuya designación para dirigir un panfletillo coincidió casualmente con su silencio ante el juez por el robo de su móvil y el descubrimiento meses después de que estaba en manos del camarada Pablito; hubiera merecido algún capítulo específico en el ladrillo, pero me temo que aparece con la misma precisión que tendrán los exámenes en el nuevo bachillerato sanchista.

Así que hay que irse a Galapagar, el lugar elegido por los nuevos ricos para criar a sus hijos fuera de ambientes que sus padres consideran inmejorables siempre y cuando los padezcan los demás, para encontrar el meollo del mamotreto:

«Nos podíamos haber permitido comprarnos un buen piso en Madrid, incluso más caro que la casa que finalmente adquirimos. Yo era consciente de que un piso en Madrid, aunque costara más dinero que un chalet, no tendría el mismo significado. No obstante, decidimos poner a nuestra familia por delante de cualquier otra consideración. Y lo volveríamos a hacer».

Hete aquí el meollo de la cuestión: pusieron siempre a su familia por delante y, tras prometerle al resto que la de todos ellos sería siempre la primera, se hicieron millonarios a lomos de la promesa incumplida y pagando con el dinero público que jamás habían ganado ni ganarán fuera de la política.

El folletín de Iglesias tiene el mismo valor literario y político que el prospecto de un rollo de papel higiénico, pero alcanza un notable interés como infantil confesión de la catadura del personaje y de la magnitud de su pensamiento político: no es más que un vendedor de crecepelo colocando pomadas milagrosas a incautos para poder comprarse el mejor rancho del pueblo.