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¿La última oportunidad?

Es la oportunidad que tienen hoy Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. No sólo está en su mano salvar el bipartidismo, sino también reconstruir un país que se sostiene con pies de barro para alejarlo del abismo al que se asoma

El 15 de mayo de 2011, en la campaña de las elecciones autonómicas y municipales, la Puerta del Sol de Madrid y las grandes plazas de las ciudades de España despertaron sembradas de tiendas de campaña. Desoyendo al Tribunal Supremo, estuvieron tomadas durante días. Eran la «gente». La gran mayoría, personas que no estaban obligadas a levantarse a las seis de la mañana para ir a ganarse el sueldo con el que dar de comer a sus hijos y podían permitirse el «lujo» de celebrar asambleas en las que debatir de lo humano y lo divino aplaudiendo tocando los pitos con los dedos cada moción. Una década después, nadie sabe cómo se organizó aquello, pero lo cierto es que funcionó: lograron conectar con el profundo malestar de los españoles. Despertaron la simpatía de los jubilados a los que Zapatero congeló después la pensión, de los funcionaros a los que bajaron más tarde el sueldo, de los autónomos desesperados por el impacto de la crisis en sus negocios, de los que se habían quedado en paro y de los trabajadores a los que habían recortado el salario, de los desencantados con la política o de los frustrados por la corrupción.

Podemos acertó de pleno al hacer suya su bandera. Era la ventana de oportunidad que, desde un pequeño plató de una televisión local, Pablo Iglesias y sus amigos llevaban años esperando para saltar al ruedo de la política nacional. Se sentían legitimados y lo hicieron a lo grande. Garantizaban el éxito de audiencias en las televisiones comentando, línea a línea, los gastos cargados a las célebres tarjetas black de Caja Madrid convenientemente filtrados desde un despacho, sin recato ni respeto a la protección de datos. Las facturas de los trajes de Francisco Camps se convirtieron en noticia de portada. La noticia política, convertida en espectáculo del corazón, encumbró a una entonces desconocida Mónica Oltra, que posaba con la camiseta en la que, bajo la palabra «Wanted» figuraba la foto del expresidente de la Generalitat Valenciana. A las puertas de la casa de Rita Barberá, se apostaban las cámaras para dilucidar si cerraba o abría la cortina de la ventana. Pan y circo para entretener a la airada «gente».

Diez años después se han quedado en nada. El chalé de Galapagar fue el primer indicio. Pablo Iglesias aspiraba a «asaltar el poder», no para cambiarlo, sino para alcanzar el estatus de los que entonces lo ocupaban. Mónica Oltra se revuelve pegada a su asiento de aforada, buscando conspiraciones para tratar de zafarse de una imputación por un asunto tan feo como obstaculizar la investigación de un abuso sobre una menor por el que está condenado su exmarido. Y la esperanza blanca de Yolanda Díaz ha tenido que renunciar a su plataforma política porque dos de las tres compañeras con las que posó en la presentación, la propia Oltra y Ada Colau están en el punto de mira de los jueces. Sólo le queda Mónica, médica y madre. Es decir, si quiere seguir adelante, tendrá que echarse en brazos de Íñigo Errejón. O unir su destino al de Pedro Sánchez.

La mal llamada «nueva política» venía a salvarnos, pero encarnaba los peores vicios de la vieja y no aportaba soluciones para los problemas de una sociedad del siglo XXI. Las clases medias han adelgazado, y la inflación llenará de nuevo las colas del hambre. Por mucho que Hacienda engorde sus arcas gracias a la subida de los precios, no habrá para pagar las subvenciones que prometen. El Efecto del Plan de Estabilización de 1959 y de los Pactos de la Moncloa se ha agotado. Los buenos profesionales buscan futuro fuera de casa y las empresas se han internacionalizado para salvar su negocio. O racionalizamos la estructura del gasto público, dimensionamos la administración, incentivamos la transición del modelo económico hacia una economía productiva y de creación de valor y establecemos un modelo meritocrático en la enseñanza y los salarios o los que queden por estos lares estarán condenados a la pobreza y la irrelevancia. Es la oportunidad que tienen hoy Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. No sólo está en su mano salvar el bipartidismo, que se lo han puesto en bandeja, sino también reconstruir un país que se sostiene con pies de barro para alejarlo del abismo al que se asoma.